Los primeros años de Lootz en España la llevaron, entre otros lugares, a Riotinto, un viaje que le afirmó en su sospecha de que los elementos de la tierra y sus propiedades son las materias que «hacen mundo» y prefiguran la historia del género humano, ya que la tierra precede al ser humano.
El título de la muestra viene de la sinfonía homónima de Gustav Mahler, escrita hace más de un siglo, para la que el compositor se sirvió de una serie de obras de poetas chinos, como Li Tai-Po o Wang Wei, maestros todos ellos de lo que los sociólogos actuales llamarían la «lujosa pobreza».
El agua y el cobre se han perfilado ya como materias con una fuerte importancia estratégica para el futuro de la humanidad, recursos naturales cada vez más necesarios y, sin embargo, no lo suficientemente valorados aún. La sal, más allá de la belleza de sus cristales, revela aspectos relevantes del pasado, de lo que una vez fue, y tiene ecos de aquel tiempo en el que era el pago por un trabajo, el nacimiento de la palabra «salario».
En el corazón de la exposición encontramos un campo de baterías caseras que muestran de manera rudimentaria el proceso y las materias que se necesitan para producir electricidad: cobre, magnesio y un electrolito, en este caso, agua con sal. Todos los elementos que componen la muestra se encuentran aquí, demostrando físicamente la energía que emana de ellos, el poder que tienen.
Fotografías de las minas de Riotinto, con el espectacular colorido de la Corta Atalaya, y del salar de Torrevieja, que contrasta con las primeras por su blancura, recorren el pasillo de La Principal, que conduce a una sala reconvertida en vestuario de mineros en la que suena cante jondo. Al fondo, junto a una instalación que simula un salar en miniatura y el corazón eléctrico de la muestra, la pieza Tajo, Tajuña, Alagón, Jarama, un vídeo ininterrumpido que captura la fluidez del río, recuerda con su sonido incesante la importancia del agua.