Entre el brutalismo, el organicismo y la utopía, Torres Blancas, ciudad vertical de 23 plantas construida a base de curvas, trató de, en palabras de Sáenz de Oiza, superar “la consideración de que una torre era la superposición piso a piso de una serie de viviendas, en lugar de un organismo vivo”. Desde su construcción a finales de los sesenta se ha convertido en un icono de la arquitectura española y en un edificio de culto para creadores de distinta índole.
Esta exposición también evoca, directa o indirectamente, la influencia de la arquitectura de Lloyd Wright en Sáenz de Oiza, formalizada en el viaje que realizó el arquitecto español a EE.UU. a finales de la década de 1940, y la amistad y el trabajo conjunto entre el arquitecto y el escultor Jorge Oteiza y la relación de ambos con el mecenas Juan Huarte, empresario que encargó el proyecto y la construcción de Torres Blancas.
En el texto del catálogo de la muestra, la crítica María Escribano expone los temas que concitan una exposición y un artista como De la Concha: la figuración en nuestro tiempo y la arquitectura como “el espíritu del lugar”. Para Escribano, “podría decirse que Félix de la Concha es un pintor de retratos y paisajes, pero sobre todo que es un pintor de paisajes habitados. De paisajes habitados no por el hombre sino por arquitecturas, por artificios que él elige inmortalizar vacíos de sus artífices, pero marcados por ellos, como si vislumbrara el deseo de eternidad que dejaron los ausentes en cada partícula de su forma material y alguna piadosa divinidad le hubiera encomendado la tarea de hacerlo visible”.
Además de las dedicadas a Torres Blancas, la exposición incluye dos obras de la serie Fallingwater [1] y una serie realizada en 2021 dedicada a otro célebre edificio de Sáenz de Oiza, El Ruedo.