De nacionalidad española, aunque nacido en Filipinas, Fernando Zóbel se formó y desarrolló su trabajo en países tan diversos y lejanos entre sí como Estados Unidos, Filipinas y España. En este último se instaló definitivamente en 1961, fundando en la ciudad de Cuenca el Museo de Arte Abstracto Español que constituyó un importante núcleo intelectual y artístico de las vanguardias españolas de posguerra.
En Zóbel convergen influencias tan diversas como el informalismo americano, el expresionismo abstracto español o la caligrafía oriental. Todas ellas tuvieron un papel decisivo en la consolidación del estilo y de la técnica que el artista desarrolló a partir de 1956. Es en ese momento cuando éste se compromete totalmente con el arte abstracto eliminando de sus cuadros lo superfluo, y plasmando las huellas que la realidad observada dejaba en su mente sosegada.
A finales de los años 50, el pintor reduce al máximo la escala cromática y el grosor del trazo, quedando al final el blanco y el negro y finas líneas creadas no con pincel sino con jeringuillas de cristal. Esta técnica innovadora le permitió expresar con la máxima precisión el tema que por entonces investigaba: el movimiento. Lo plasmado, sin embargo, no es el movimiento de un objeto particular sino más bien su concepto, el universal.
Se trata de la expresión del movimiento sentido, no imitado. O dicho de otro modo, es la velocidad visualmente captada y traducida a través de gestos pulidos, de líneas negras con las que Zóbel transformó estos lienzos en una lírica de lo fugaz. Entre ellos se encuentra Nacimiento de Pegaso, presente en la Bienal de Venecia de 1962.
Con ocasión de esta exposición se publica un catálogo con ensayo de Francisco Calvo Serraller [1].