Seis viejos -o mejor, seis jóvenes artistas que se interpretan a sí mismos o a lo que podrían ser dentro de cincuenta años- pasan una velada en el escenario de un teatro reconvertido en asilo de músicos.

Algunas noches se visten con sus mejores galas y rememoran (o imaginan) sus éxitos de antaño en compañía de una enfermera empeñada en martirizarles con canciones infantiles que potencien su psicomotricidad… pero en cuanto los deja solos brota su indómito espíritu para dejar constancia de que no han dejado de ser lo que siempre fueron, rockeros, y cantan y gritan y bailan tanto como les permiten sus castigados esqueletos.

Forever Young está repleta de canciones que todos conocemos lo que, para evitar comparaciones, obliga a cantarlas muy bien, razón más que suficiente para que sus intérpretes sean cantantes que actúan y no actores que saben cantar. Algo lógico pero, sin embargo, poco común. Seis cantantes bien dirigidos y un piano bien tocado son suficientes para que, canción a canción, nos hagan rememorar los mejores momentos de nuestra vida. La pasada y la que… ¿está por llegar?