El Museo de Bellas Artes de Bilbao [1] presentará a partir del próximo 25 de febrero la exposición Forma y universo, la retrospectiva más completa celebrada hasta la fecha de la obra de Néstor Basterretxea (Bermeo, Bizkaia, 1924). En 2008, Basterretxea donó al museo las 18 esculturas que forman la Serie cosmogónica vasca [2], una de sus obras fundamentales, que es, además, uno de los conjuntos más reconocidos de la escultura vasca de la segunda mitad del siglo XX.
Esta exposición propone una revisión de casi 60 años de una intensa trayectoria creativa en los que Basterretxea ha ensayado ampliamente con multitud de técnicas y expresiones artísticas. Desde sus comienzos en la pintura hasta su irrupción en la escultura, pero sin olvidar las incursiones en el cine, el diseño industrial, gráfico y de mobiliario, los proyectos no realizados de arquitectura y urbanismo, la fotografía, el cartelismo o la escritura. Trata, pues, de reconstruir lo que el crítico Juan Daniel Fullaondo denominó el «caleidoscopio Basterretxea», como expresión de la capacidad del artista para integrar dentro de su vocabulario formal estéticas, corrientes, estilos y tendencias antagónicas.
Formada por cerca de 200 piezas, la exposición propondrá una mirada, a la vez contemporánea e histórica, sobre la obra de Basterretxea y su personal interpretación de la tradición a través de los lenguajes artísticos de la vanguardia.
Los comienzos
Aunque es considerado uno de los principales renovadores de la escultura vasca de la segunda mitad del siglo XX, Basterretxea comenzó su actividad creativa como dibujante publicitario antes de dedicarse a la pintura de forma autodidacta. A finales de la década de 1950 se inició con Jorge Oteiza en el campo de la escultura, fue miembro fundador del Equipo 57 y colaboró con el Equipo Forma de Barcelona. En 1961 fue el único escultor seleccionado para representar a España en la VI Bienal de São Paulo (Brasil).
Poco después, en 1966, fundó junto con otros artistas el grupo vasco de vanguardia Gaur. En esa época comenzó también su actividad en al ámbito cinematográfico, fruto de la cual son, entre otros, los cortometrajes Pelotari (1964) y Alquézar (1966) y el largometraje Ama Lur (1968), todos ellos realizados con Fernando Larruquert. Posteriormente, ya durante los años ochenta, trabajó intensamente en el campo de la escultura pública, de la que pueden verse ejemplos en numerosas localidades vascas, así como en distintas ciudades españolas, de Estados Unidos, Argentina o Chile.