En este sentido, un retrato que le hizo en 1914 su amigo André Derain, uno de los iniciadores del fauvismo, abre la muestra, ilustrando las conexiones que Iturrino estableció en París con los protagonistas de las corrientes renovadoras del arte de su tiempo, y aquí se presentan como fundamentales para su pintura.
En los primeros años de su carrera, el arte español de Anglada-Camarasa y Zuloaga que triunfaba en París (a donde Iturrino llega en 1895, con 31 años), con temas del folclore español o la bohemia parisina, será su referente, junto a la visión pesimista de la España Negra de Darío de Regoyos o el retrato de gitanas, en una visión colorista en Iturrino que se enfrenta en la exposición a la más dramática de Isidre Nonell, también contemporánea y que ejemplifica la diversidad de opciones creativas con la que se abre el siglo XX.
En París coincidirá también con Picasso. Cuando el malagueño expuso por primera vez en la capital francesa, en 1901, lo hizo en compañía de Iturrino, en la galería de Ambroise Vollard, promotor de ambos.
Con los fauvistas
El contacto con los fauvistas, representados en la muestra por Matisse, Derain y Vlaminck, puso desde 1910 a Iturrino en una senda de exploración del uso libre del color que culminaría en sus obras de madurez, las realizadas a propósito de sus estancias en la malagueña finca de La Concepción a partir de 1913.
La relación con Matisse fue decisiva para el pintor santanderino. Juntos viajaron a Sevilla y Tánger, en 1910 y 1912, estancias en las que sigue muy de cerca las innovadoras propuestas artísticas del artista francés, revolucionarias y fundamentales para el arte del siglo XX.
Juan de Echevarría (que también le retrataría en 1919) y Vázquez Díaz, también amigos, transitaron caminos artísticos diversos, pero coincidieron con él en sus fuentes en algunos momentos de su producción: el color del fauvismo o el primitivismo en el caso del primero, y Cézanne y sus monumentales desnudos, en el segundo.
Con Ismael Smith la exposición destaca la afinidad en su visión desinhibida y casi procaz del desnudo femenino, muy audaz para su época. Y con Fernando de Amárica y Manuel Ortiz de Zárate, el uso de pinceladas de color sinuosas y vibrantes, y el recurso al color plano y al aspecto decorativo como elementos compositivos.
Vida nómada
Viajero empedernido, su búsqueda continua de inspiración artística le llevó a tener una vida nómada, de norte a sur de Europa y España, lo que le permitió forjar unos amplios círculos sociales, un grupo de amigos que fueron un soporte fundamental, especialmente en los últimos años de su vida en los que, aquejado de una enfermedad, recibió en 1922 un generoso apoyo económico a través de una exposición-homenaje con cuya recaudación se pudo instalar en la Costa Azul, en Cagnes-sur-Mer, su último refugio sureño, donde falleció en 1924.
Todas estas amistades, entre las que se incluyen los principales protagonistas de las vanguardias de comienzos del siglo XX o literatos como Unamuno y Gómez de la Serna, y sus puntos de encuentro, muestran, en definitiva, que Iturrino, pese a su absoluta singularidad en la España de su tiempo, no fue un artista aislado o al margen de las grandes corrientes pictóricas.
Entre los conocidos y reputados nombres de sus amigos, sin embargo, ha quedado relegado el del pintor santanderino, que esta exposición desea reivindicar con un recorrido por algunas de las mejores obras de su producción en diálogo con su círculo de influencias más directo.