Aunque su origen data de la Segunda Revolución Industrial, la introducción masiva de los plásticos en Occidente se produjo tras la Segunda Guerra Mundial. El plexiglás, como se denominaba entonces de forma restringida al metacrilato, y de extensa a otros plásticos similares, fue uno de los más empleados para sustituir al vidrio, sobre todo en planchas sin curvar. Comenzó, como era lógico, en la industria y después pasó a las artes, si bien algunos artistas se adelantaron dos decenios. Los rusos Naum Gabo y El Lissitzky fueron los más destacados en su uso, utilizando celuloide y plexiglás ya desde los años veinte y treinta. También el belga Vantongerloo construyó relieves y esculturas con metacrilato, así como el húngaro Laszló Moholy-Nagy, especialmente durante su época de profesor en la Bahuaus de Weimar y después en Chicago.
La utilización del metacrilato por artistas españoles fue muy posterior, ya que data de la segunda mitad de los años sesenta. El primero en utilizarlo fue, a partir de 1965, el guadalajareño Francisco Sobrino, que instalado en París sería uno de los fundadores en 1960 del GRAV (Groupe de recherche d’art visuel). Poco después, y también más tarde a comienzos de los setenta, Jorge Oteiza emplearía ocasionalmente ese material en alguna de sus esculturas abstractas.
Abstracto y figuración
En el año 1972, los españoles Manuel Ayllón y Diego Moya fueron becados por la Fundación Juan March para investigar las posibilidades del empleo de materiales plásticos en el arte. Uno de los resultados de sus investigaciones fue, en la obra del primero, la construcción de objetos a base de planchas de metacrilato con barras y pernos de acero inoxidable, inspiradas en motores y máquinas; y en la del segundo la de cajas de metacrilato iluminadas.
Poco después, otros artistas miembros del Seminario de Generación Automática de Formas Plásticas, empleasen o no el metacrilato en su creación, fueron becados también por aquella Fundación; José Luis Alexanco, José María Yturralde, Gerardo Delgado, Elena Asins o Soledad Sevilla. De una u otra manera todos ellos se relacionaron por sus intereses artísticos; la interacción más importante en aquellos momentos –y por sus repercusiones futuras– fue su participación en el citado Seminario de Generación Automática de Formas Plásticas, activo entre 1968 y 1972, vinculado al Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid (CCUM), sin desdeñar, por supuesto, Antes del arte, un proyecto de creación vanguardista impulsado por Vicente Aguilera Cerni en Valencia en 1968, y la exposición Nueva Generación, abierta en Madrid en 1967 (Sala Amadís y Galería Edurne) por iniciativa del crítico madrileño Juan Antonio Aguirre.
Todos desarrollaron diversas líneas de un arte experimental en el que el metacrilato y otros materiales industriales, como el acero inoxidable, el aluminio o el acero sustituyeron a los materiales tradicionalmente considerados propios del arte. Mientras que la mayoría de ellos optó por diseñar y construir obras abstractas de corte predominantemente geométrico a partir de formas regulares de dos o tres dimensiones, en las que la luz, el movimiento real o fingido, y el espacio, eran sus tres componentes imprescindibles, una minoría, representada en esta exposición por José Luis Alexanco, prefirió la figuración, sin renunciar a esos componentes, por lo que podemos calificar a este artista de organicista, como lo definió acertadamente Tomás García Asensio, otro de los participantes en el Seminario.
Plástico y luz
Algunos artistas a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta no dudaron en emplear el metacrilato, material que comenzaba a utilizarse industrialmente en nuestro país, dado que era un material más fácil de trabajar que el vidrio y con el que se alcanzaban con más seguridad los resultados deseados en las obras (sensación de ingravidez, transparencias, reflejos…). La ligereza, la transparencia incolora o coloreada, y la textura uniforme y lisa de las planchas de metacrilato suscitó la atención de los artistas más interesados en las conexiones entre el arte, la ciencia y la técnica.
Enrique Salamanca, Diego Moya, Ángel Luque y José Luis Alexanco, entre otros, aprovecharon las propiedades translúcidas del metacrilato para incorporar la luz, directa o reflejada, a sus creaciones. Un ejemplo paradigmático es la escultura de metacrilato y luz realizada en 1976 por Moya para la entrada de las Torres de Colón en Madrid, encargo del arquitecto Antonio Lamela. Otros artistas españoles afincados fuera de nuestras fronteras, de los que no se exponen obras en esta exposición, crearon piezas singulares gracias al metacrilato. Mayoritariamente fueron creadores pertenecientes a corrientes y tendencias artísticas derivadas del constructivismo de entreguerras, sobre todo el arte cinético y el op art.
La elección del metacrilato como material principal para la construcción de obras de arte no se debió solo a sus posibilidades físicas –lo que por importante que fuese no hubiese dejado de ser un nuevo recurso material y técnico– y estéticas, sino también a razones culturales: el metacrilato era un producto industrial, muy adecuado para los deseos de eliminar en la obra acabada cualquier vestigio de subjetivismo de sus creadores, tanto por sus propiedades (lisura, colorido uniforme, opacidad o transparencia, maleabilidad, etc.) como por la ausencia de las posibles huellas dejadas por los procedimientos y herramientas empleados en su manipulación; al contrario de lo que sucedía en la utilización de materiales y procedimientos artísticos tradicionales. Con el metacrilato estos artistas se situaban en los antípodas de los seguidores de corrientes expresionistas, especialmente del informalismo en auge desde finales de los años cincuenta, y de la naciente neofiguración.