Applebroog, que a sus 93 años sigue trabajando a diario en su estudio, se sirve de una amplia gama de medios y materiales –dibujos, acuarelas, pinturas, esculturas, libros de artista, instalaciones, etc.– para llevar a cabo sus obras sin renunciar al humor y la ironía, indagando con crudeza en los vicios atemporales de nuestra sociedad. Obras en las que lo teatral y lo performativo juegan un papel fundamental y reclaman un espectador activo que se implique en su interpretación a partir de su propia vivencia.
En su obra también destacan los grandes lienzos que, en ocasiones, se convierten en amplias instalaciones que obligan al espectador a transitarlas para entender su globalidad. Algunas de ellas, como Everything is fine (1990-1993) o Tattle Tales (1992-1994), pueden verse en la exposición reflejando la lucidez y la ironía con las que Applebroog retrata las fatalidades humanas.
Soledad Liaño, comisaria de esta muestra, destaca que lo «más importante es que Ida Applebroog no juzga, no somete. Nos presenta unas circunstancias y sólo nos recuerda que somos títeres de una escenografía orquestada, dirigida, y que depende de nosotros el papel que queremos jugar en ella».
Esta retrospectiva toma como punto de partida el amplio conjunto de dibujos a tinta, acuarela y lápiz que realizó en el Mercy Hospital como parte de su terapia de recuperación psiquiátrica. Tras su paso por este centro, la artista dibujó sus genitales a diario durante dos meses, una serie de obras que reinterpretaría más tarde en la instalación Monalisa (2006-2009).
Fue en los años a caballo entre las décadas de 1960 y 1970 cuando Applebroog esbozó las directrices que vertebrarían todo su trabajo posterior. De forma para ella todavía inconsciente, en ese momento se alineó con el intenso activismo feminista que se convertiría en uno de los ejes fundamentales de la práctica artística de la década de 1970. De regreso a Nueva York, donde todavía reside, en 1976 se asoció y participó de forma activa en el colectivo feminista Heresies; posteriormente, en 1992, se uniría al Women’s Action Coalition (WAC).
Entre 1969 y 1973 realizó un conjunto de esculturas en diversos materiales que supuso el germen de conceptos, prácticas y plásticas que desarrollaría en los años sucesivos. La mayoría de ellas son piezas performáticas a escala humana que invitan a ser transitadas y experimentadas. El conjunto está hoy desaparecido pero se conserva un archivo técnico y fotográfico que se muestra parcialmente en esta exposición.
Algunas de estas primeras esculturas abstractas –las realizadas con pergamino– experimentaron una drástica reducción de escala y una evolución orgánica en una serie de pequeños teatros (stagings) tridimensionales caracterizadas por lo narrativo, la incorporación del texto y la disgregación de los límites entre lo público y lo doméstico.
Performance Books
Tanto sus stagings como su primera película, It’s No Use Alberto (1978), fueron el caldo de cultivo de uno de sus proyectos más destacados y personales, los Performance Books, tres series de libros de artista publicados entre 1977 y 1981: Galileo, Dyspepsia y Blue Books. Las viñetas que se repiten aparentemente sin sentido en las páginas de estos libritos delatan a Applebroog como una admiradora del teatro de Beckett, con quien comparte la herramienta del humor ácido y lo absurdo para desenmascarar con crudeza las lacras atemporales de la sociedad.
A partir de los primeros años de la década de 1980, Applebroog abandonó esta escala más intimista para trabajar con papel y lienzos de formato mayores, como Everything Is Fine (1990-1993), Variations on Emetic Fields (1990) o Tattle Tales (1992-1994), que pueden ser entendidos como obras individuales pero también como grandes instalaciones.
Estas obras se convierten en un soporte más que permite a la artista incidir con gran lucidez, y sin falta de ironía, en las fatalidades humanas. La artista juega y confunde al espectador: por un lado, le obliga a mantener la distancia a través de distintos recursos como marcos ilustrados o telones interpuestos, y por otro le obliga a transitar por las instalaciones o lo identifica sutilmente en escenas domésticas cercanas.
Los pilares
Su posicionamiento feminista, su propuesta del objeto como elemento performativo y la variedad de su producción son los pilares de la práctica de Applebroog, que comenzó como estudiante en el Art Institute de Chicago, ciudad a la que llegó en 1956 desde su Nueva York natal, donde estuvo matriculada en el New York State Institute of Applied Arts and Sciences
Tras un enriquecedor periodo de 12 años en Chicago, que Applebroog recuerda como la etapa más enriquecedora y feliz de su vida y que le dejará huella en su querencia por la figuración y la temática del cuerpo, se estableció en San Diego con su marido y sus cuatro hijos. Fueron años difíciles que precipitaron una depresión profunda, y en última instancia, una crisis nerviosa que le llevó en 1969 a ingresar en el Mercy Hospital de San Diego. Los meses de convalecencia le permitieron una introspección que le ayudó a perfilar su verdadera identidad y, en definitiva, a confirmarse como artista. Se liberó de su apellido de casada –Horowitz– y de soltera –Applebaum– y concibió un nuevo apellido, Applebroog, como parte de ese proceso de resignificación de su yo.
En 1974 regresó a Nueva York y se asoció al colectivo feminista Heresies –en 1992 también se integraría en la Women’s Action Coalition (WAC)–, participando de forma activa en esta organización junto con, por ejemplo, Mimi Shapiro, Judy Chicago o Lucy Lippard, con quienes ya había tomado contacto durante su etapa anterior en Chicago.
En este contexto, sus obras adoptan un enfoque explícitamente feminista y desarrolla una crítica a la sociedad patriarcal como un síntoma más de una sociedad enferma y sometida. Para Soledad Liaño, Applebroog “critica de forma abierta la sociedad patriarcal encallada dañinamente en nuestro mundo, sin embargo, lo plantea como un síntoma más de una disfuncionalidad estructural global de la que nos recuerda con insistencia que somos títeres”.