Intemperie es la historia de un amor mal entendido, de la dulce venganza de quien no ha podido reconstruir su vida. “No decidimos cómo nos acercamos a nuestra familia. Podemos elegir, sin embargo, el modo en que nos alejamos de ella”, explica Cristina Redondo. “Hay quien incluso busca el modo de alejarse para regresar de nuevo. En ocasiones solo la venganza o la redención definitiva pueden salvar a alguien de su dolor. El viaje a la madurez transformado en pesadilla”, cuenta la autora.
Sobre las tablas se narra la relación de Johnny y Nita. Él desconoce por qué su hermana los abandonó hace 13 años. Tampoco sabe por qué ha decidido volver ahora y reencontrarse con una familia con la que apenas ha mantenido contacto y de la que no sabe nada, salvo un oscuro secreto que Johnny no recuerda o no quiere recordar.
Nita ha regresado y quiere reunirse con su familia en su lujoso ático. Allí, junto con Johnny esperan la llegada de los demás, mientras que rememoran una infancia marcada por la omnipresencia del tío Lucas y un amor malentendido. Hace años que no se ven y los hermanos se ríen, se rozan, se abrazan, cocinan juntos, se miran intentando reconocerse. La familia está por llegar, lo hará dentro de nada y, durante ese tiempo de espera, todo está orquestado, Johnny y Nita se dirigen hacia un estado de intemperie, sin techo ni reparo alguno.
“¿Dónde están los límites en el amor? ¿Y en la moral? Curiosamente son dos palabras hermanas”, se pregunta la directora Laura Ortega. “Johnny y Nita son dos huérfanos emocionales, han aprendido que quererse es también hacerse daño. Sus juegos infantiles ahora hacen heridas. Porque no importa cuánto tiempo, cuántas cosas hayan pasado, siguen teniendo 11 y 14 años y se siguen quedando igual: perplejos, muertos de miedo”.