La exposición recoge las imágenes a color, algunas de ellas platinotipias, de las series Etiopía (2002), Omo River (2005), Amor y Éxtasis (2008) y Mitologías (2012). En ellas, Muñoz pasa de la fascinación por los cuerpos desnudos de los Omo y los Surma de Etiopía a la exhibición del dolor en las extremas prácticas religiosas de la cofradía Al Qadiriya en Iraq que, por otro lado, despiertan en el espectador ecos de la iconografía religiosa occidental.
Elegancia y sensualidad
Las fotografías en blanco y negro de Isabel Muñoz son inconfundibles. Favorecidas por la sensualidad y delicadeza de la impresión de platino en gran formato, presentan bailes tan diferentes como el tango, el flamenco, el ballet clásico cubano o la danza del vientre, mezclándolos sin problemas con instantáneas de toreros, luchadores turcos, monjes voladores chinos y acrobáticos capoeiristas brasileños.
Estas imágenes están cargadas elegancia, encuadradas con una precisión tan quirúrgica que son capaces de recrear la idea de movimiento, hablan al colocarlas unas al lado de otras de una fascinación por el cuestionamiento del cuerpo erotizado tan intensa como su atención por las vibraciones de la luz.
Intensidad y detalle
La fotógrafa, una de las más sutiles, va más allá de sus trabajos para revistas. Una parte importante y muy poco conocida de la obra de Isabel Muñoz es realizada en color. En estos trabajos se puede observar la naturaleza del color en una artista que no cesa de explorar. La serie más espectacular es la que introduce al espectador en las prácticas de una cofradía religiosa, la de Al Qadiriya, redescubierta en Iraq, donde los adoradores de Alá entran en trance, se evaden de su cuerpo y no sienten dolor alguno cuando se sajan con cuchillas de afeitar que luego engullen, caminan impertérritos sobre montones de vidrio machacado o se perforan impávidos las carnes.
Se contraponen las hieráticas figuras de los Surma o de los Omo de Etiopía, pastores guerreros de las altas mesetas que pasan el día pintándose el cuerpo, inventando paisajes en sus espaldas, transformando sus rostros y manos en escritura, luciendo a veces sencillas y ricas joyas de oro o de conchas, envolviéndose con simples y raídos trapos como si de chales de una gran elegancia se tratara.
El tratamiento que Muñoz da a estos retratos y detalles corporales afirma una misma intensidad lumínica que permite que los trazos de color surjan suavemente de la fineza del grano de la piel. El tono mate de las increíbles impresiones de platino en color permite recrear toda suerte de sutilezas materiales y tonales, mitiga el aspecto más decorativo o frívolo e intensifica en semitintado el efecto cromático.