La vida de Izabella Godlewska es una odisea. Hija del senador Józef Godlewski, con ocho años, y de la mano de su madre, huyó de Polonia en septiembre de 1939, tras la invasión simultánea alemana y soviética, en una aventura que aún hoy pone los pelos de punta.
Cruzando bosques y marismas, falsificando pasaportes y viajando de noche en un camión alimentado con alcohol y conducido por su hermano Karol, de 17 años, consiguió alcanzar la frontera lituana. Atravesaron media Europa durante meses (Lituania, Letonia, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Francia, España, Portugal, Gibraltar y finalmente Reino Unido) escapando del nazismo y del comunismo.
Desde Haití a Cádiz
En Oxford, terminada la guerra, estudió Arquitectura, profesión que ha ejercido en Reino Unido y Madrid, donde se casó en 1959 con un diplomático español, Eduardo Aranda Carranza. Su obra es una continua búsqueda del infinito, a partir de una profunda fe religiosa, y una exploración por todas las expresiones artísticas.
El recorrido por la exposición en Casa de Vacas, en el parque del Retiro, es un viaje por el mundo que ha conocido Izabella, desde Haití a Cádiz, desde los campos de Castilla a las estepas nevadas de Finlandia, de Roma a los jardines de Kensington, en Londres. «Decir todo de la manera más sencilla. Depurar», así explica la artista su obra.
Contar a través del arte
Godlewska, a sus 83 años, acude a diario a la exposición y se detiene con los visitantes para explicarles su obra y algún episodio de su vida. No ha pensado nunca en escribir sobre su peripecia vital porque la mejor forma que ha tenido de contarlo es través del arte. Sus últimos cuadros, de un acentuado expresionismo que llama la atención en esta etapa ya tan serena de su vida, muestran nuevamente uno de los motivos recurrentes en su obra: los árboles, que parecen gritar de dolor y traen a la memoria las experiencias vividas por su familia en la guerra y el grave accidente sufrido hace años por su hijo Eduardo.
«Seguimos. Estamos vivos». Así resume la artista la filosofía con la que se ha tomado la existencia. Recuerda con una sonrisa su huida ante el avance de los tanques rusos y alemanas y el consejo que le escuchó a su madre cuando escapaban de la casa familiar: «Si vienen los alemanes, escondeos en los bosques, porque no saben navegar en los bosques. Si vienen los rusos, escondeos en las ciudades». Pensaban que huían para tres semanas. Nunca pudieron regresar.