Las ilustraciones de Jano pertenecen a la memoria sentimental de varias generaciones de españoles. Aquellos que soñaron con vivir grandes aventuras, se enamoraron de las estrellas de Hollywood o se rieron con las miserias narradas en las comedias del franquismo en las sesiones continuas de los cines de barrio recordarán sus carteles de cine. Francisco Fernández-Zarza Pérez (Madrid, 1922-1992), conocido por el gran público como Jano, fue, junto a Mac, el cartelista más prolífico de la industria nacional.
La exposición comienza con sus primeras lecturas, tebeos infantiles donde vería su primer trabajo impreso, un dibujo hecho a los cinco años de su prima, que se publicaría en el número 25 de Macaco. El periódico de los niños, en 1928. Tras la guerra, Jano comenzaría a trabajar como ilustrador en el estudio de Adolfo López Rubio, donde dibujaría tebeos como la popular cabecera Satanás, después rebautizada como Ginesito, inspirada en el actor secundario Ginés Gallego. La exposición recoge algunos de estos trabajos tempranos como dibujante de tebeos, incluyendo el cuaderno El planeta en llamas, publicado en 1944.
Su gran habilidad como retratista le abriría las puertas al campo de la publicidad cinematográfica. Una ilustración suya de Gary Cooper aparecería en 1934 en la contraportada del nº 10 de la revista Cinegramas, pero habría que esperar al año 1945 para que comenzase a trabajar para la distribuidora cinematográfica Hispano-Mexicana Films, gracias a un retrato del cantante Jorge Negrete para la película El rebelde (1943), estrenada dos años después en nuestro país. Al tener contratado como cartelista la distribuidora a Emilio Chapi, el trabajo como ilustrador de Jano se limitó en principio a clichés de prensa, dibujos para guías publicitarias y diseños de programas de mano.
Jano dibujaría su primer cartel en 1947, curiosamente para otra película protagonizada por Jorge Negrete, ¡Ay Jalisco no te rajes! (1941). En las siguientes tres décadas se convertiría en uno de los ilustradores más reclamados por la industria cinematográfica, gracias a su habilidad para alternar el retrato realista con la caricatura. Partiendo habitualmente de una sinopsis argumental y una serie de fotografías en blanco y negro del rodaje, Jano elaboraba varios bocetos para presentar a la distribuidora, donde solían destacar aquellas ilustraciones que mostrasen los rostros de las estrellas, obvio anzuelo para atraer al espectador.
Un caso excepcional sería su cartel para la película Surcos (1951), de José Antonio Nieves Conde, un dibujo simbólico que se utilizó para la distribución de la película en el extranjero y que quedó finalista en el certamen de carteles del festival de Cannes de 1952. El aumento de la producción hizo que abriera su propio estudio y contratara a colaboradores como Ramón Padilla o José Montalbán. El estudio de Jano también se ocupaba de pintar los carteles de los cines de la Gran Vía. Carmen Asenjo dijo de él que fue «el creador del paisaje cinematográfico de la Gran Vía».
La exposición incluye varios originales que van desde comedias italianas como La ladrona, su padre y el taxista (Peccato che sia una canaglia, 1954) o Pan, amor y… (Pane, amore e…, 1955) hasta clásicos de Hollywood de la talla de Mogambo (1953), Luces de candilejas (There’s No Business Like Show Business, 1954) o Centauros del desierto (The Searchers, 1956), sin olvidar su enorme aportación a la iconografía del cine español.
En este sentido, la obra de Jano es un detallado repaso a los distintos géneros que se hicieron populares en nuestro país en los años de la dictadura: clásicos de la comedia costumbrista como El último caballo (1950), ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1953) o Atraco a las tres (1962), «españoladas» como La ciudad no es para mí (1966) o No es bueno que el hombre esté solo (1973), dramas sociales como Nunca pasa nada (1963) o la mencionada Surcos, musicales al servicio de las estrellas juveniles de la época como Tengo 17 años (1964) o Cabriola (1965), exponentes del «landismo» como Préstame 15 días (1971) o Las estrellas están verdes (1973) e incluso clásicos del «fantaterror» patrio como El retorno de Walpurgis (1973). Sus carteles se convirtieron en un elemento tan cotidiano que Alfredo Landa dijo en una ocasión que se reconocía más en sus caricaturas que cuando se miraba al espejo.
Probablemente el mayor tesoro de la exposición para los cinéfilos sea poder ver los diseños originales de los carteles, pintados en acuarela, gouache y tinta, con los recortes pegados encima. La muestra nos ofrece también algún ejemplo de la censura que se imponía a los artistas, además de fotografías que muestran las referencias que utilizaba. El apartado cinematográfico se completa con una fabulosa colección de caricaturas de estrellas del Hollywood clásico realizadas por Jano en los años ochenta.
La última parte de la exposición detalla otros aspectos de su obra, como su labor como portadista en novelas y obras ilustradas, en títulos tan icónicos como El Coyote, Flash Gordon, El príncipe valiente o Rip Kirby. También trabajó diseñando carteles y programas para otros espectáculos, como el cine o el teatro, así como una serie de estampas donde rescató el Madrid castizo de su infancia.
La muestra finaliza con algunos dibujos y obras de otros artistas que Jano atesoró a lo largo de su vida, dando una visión amplia de este artista polifacético que dedicó su vida a un arte popular y a menudo denostado, pero que ha demostrado su valor al ganar la mayor de las batallas: el paso del tiempo.
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