Torres-García es uno de los artistas más complejos de la primera mitad del siglo XX, capaz de abrir nuevas trayectorias de trabajo para el arte moderno y con una individualidad radical que elude clasificación y estereotipos. Su obra conjugó las teorías de las vanguardias europeas con las formas artísticas de las culturas precolombinas, lo que denominó Universalismo constructivo.
A lo largo de su trayectoria se mantuvo fiel a una visión del tiempo como colisión de distintos periodos, en vez de una progresión lineal. También fue singular al mezclar la alta cultura con la artesanía o con la producción industrial, como en sus juguetes transformables. Fue asimismo un gran pensador y pedagogo y difundió su teoría artística a través de escritos, conferencias, talleres y enseñanzas.
Una vez trasladado a Europa entró en contacto con destacados artistas, cuya influencia fue clave en la introducción de figuras geométricas en sus obras. Diseñó juguetes en forma de bloques abstractos, geométricos y ensamblables con el objetivo pedagógico y didáctico de que los niños experimentasen creando.
Periplo vital
Nacido en Montevideo en 1874, hijo de madre uruguaya y de padre español, su familia regresó en 1891 a Cataluña, tierra natal de su padre, contando él con 17 años de edad. Eran los años del despegue del Modernismo, en los que el joven artista coincidió con Joaquim Mir, Isidre Nonell, Joaquim Sunyer, Pablo Picasso, Josep Maria Sert y los hermanos Joan y Julio González.
En la ciudad condal orientó su pintura hacia la inspiración neoclásica que cristalizó en lo que Eugeni d’Ors bautizó como Noucentisme, movimiento artístico que retomaba la tradición clásica y humanista de la cultura mediterránea, en concreto las formas e ideas de la antigüedad griega. En los primeros años del siglo XX dictó clases de Plástica en Mont d’Or, un centro de educación progresista en Barcelona, y colaboró con Antoni Gaudí en la realización de vitrales para la Sagrada Familia.
Según cuenta Torres-García en el libro Historia de mi vida, Gaudí no supo apreciarlo como artista aconsejándole que se dedicara a la docencia. En 1910, por encargo oficial, pintó los paneles del pabellón uruguayo de la Exposición Internacional de Bruselas. A partir de 1918 comenzó a experimentar la influencia de las vanguardias, al tiempo que conocía a pintores innovadores como el también uruguayo Rafael Barradas, Robert Delaunay, Piet Mondrian y Theo Van Doesburg, entre otros.
Considerado uno de los pintores más relevantes de la Barcelona de principios del siglo XX, entre 1912 y 1918 se dedicó a a lo que había de ser su obra más representativa: el conjunto de pinturas al fresco del Saló Sant Jordi del medieval Palau de la Generalitat, sede entonces de la presidencia de la Mancomunitat de Catalunya. El encargo fue revocado por el entonces presidente de esta institución, el arquitecto Josep Puig i Cadafalch, siendo los murales cubiertos en 1925 por otra decoración.
Ante la creciente tensión política en España al final de la Primera Guerra Mundial, a los 46 años años el artista se mudó a Nueva York en 1920 con su mujer y sus hijos. La ciudad le fascinó por su modernidad y allí comenzó a producir en serie –bajo la marca comercial de Aladdin Toys– unos juguetes de madera que había ideado en Barcelona y que exploraban la noción de la estructura transformable.
Aunque en Nueva York se relacionó con artistas de estilos modernos, expuso y vendió obra, los apuros económicos le hicieron regresar a Europa en 1922, en donde vivieron en varias localidades de Italia y Francia antes de establecerse en París en 1926. En 1930 y junto con el crítico Michel Seuphor, fundó en París el grupo y la revista Cercle et Carré, y organizó en la Galerie 23 una de las exposiciones de arte más importantes de la época.
Universalismo constructivo
A este movimiento se sumaron los principales artistas abstractos y constructivistas: Piet Mondrian, Sophie Tauber-Arp, Fernand Léger, Jean Arp o Georges Vantongerloo, entre otros. Pero la abstracción geométrica pura resultó insatisfactoria para quien ya estaba dando forma a su propia propuesta artística: el Universalismo constructivo, según el cual el arte se construye en base a una estructura colmada de signos y símbolos, reflejando así un orden universal. Su empeño en seguir este camino, así como la crisis de mercado que también aquejaba ya al arte moderno durante los años 30, le movieron a abandonar París para instalarse un año en Madrid, antes de regresar con sesenta años a Uruguay.
Volvió a Montevideo en 1934, ciudad en donde residió hasta su muerte en 1949 y en la que se convirtió en una figura cultural y académica que dejó una influencia duradera en el arte iberoamericano. Desde su regreso, además de seguir con su infatigable expresión artística, ofreció conferencias, dio clases y dejó numerosos escritos que ahondan en su particular concepción del arte.
Creó la Asociación de Arte Constructivo, en donde exploró el arte precolombino y subrayó las afinidades entre dicha tradición y el constructivismo de vanguardia, considerando en el mismo nivel estético, artístico y teórico las culturas indígenas americanas y las modernas culturas europeas. La asociación desembocó en el Taller Torres-García, un lugar de reflexión sobre la función del constructivismo y la abstracción en la elaboración de un arte americano, así como un laboratorio para la creación con técnicas y materiales tradicionales y modernos. En ese espíritu creó una de las imágenes más destacadas del modernismo latinoamericano, un mapa invertido de América del Sur que proclama el Sur como su propio Norte. Los componentes del taller compartían la creencia de la visión transformadora del artista y su responsabilidad social. Estos jóvenes artistas realizaron trabajos en pintura, escultura, madera, hierro, mobiliario, murales, textiles y proyectos arquitectónicos.
Con esta muestra, la Galería participa en la 13ª edición de Apertura Madrid Gallery Weekend 2022, la cita artística que inaugura la temporada expositiva.
¿Quiere descargar el catálogo de la muestra (en español e inglés)? [1]
«¡Todo es juguete y pintura!»
(Joaquín Torres-García, 1918)
«Ya no voy a pintar más. Voy a meter mi pintura en los juguetes»
(Joaquín Torres-García, 1922)
Tal y como señala Fernando Antoñanzas Mejía en el catálogo de esta exposición: «Torres-García encontró en los juguetes algo más que un medio para ganarse la vida y poder así mantener a su familia, le sirvieron como campo de experimentación para su obra, no sólo porque le permitieron un control sobre la madera como un material de trabajo, sino que al ser juguetes que se podían construir una y otra vez, pudo estudiar las piezas, las partes, para hacer un todo. En múltiples ocasiones los incluyó en sus exposiciones junto a sus cuadros y esculturas. Los juguetes evolucionaron en paralelo con su obra plástica, tanto en la temática como en su forma».
La importancia del diseño, fabricación y comercialización de juguetes por parte de Torres-García hace tiempo que ha sido reconocida. En 1997 el IVAM organizó una exposición dedicada en exclusiva a esta producción, la primera desde los años treinta. Desde entonces, su presencia se ha vuelto habitual en las exposiciones que se le dedican. En una carta dirigida en 1918 a Rafael Barradas le decía: «Yo vuelvo a animarme a trabajar, después de tanto tiempo de no pintar nada. Los juguetes me arrastran a eso. Porque es lo mismo que lo otro. Al fin creo que habré hallado algo que, a pesar de dar dinero –si es que lo da–, me hará feliz hacerlo. ¡Todo es juguete y pintura!»