La muestra –que continúa la que hasta el 9 de julio pudo verse en la madrileña Sala Alcalá 31 [1]– se centra en el marco temporal que va de 1984 a 1990. Su título, En la hora violeta, es el verso 220 de La tierra baldía de T.S. Eliot [2], uno de los poemas favoritos del artista («la hora de la tarde que conduce al hogar, y devuelve a casa al marinero»).
El tiempo del arte y el tiempo del visitante de exposiciones ocurre siempre en esa hora violeta, una hora en la que las sombras ganan la partida al día. Como escribía el filósofo Emmanuel Lévinas en La realidad y su sombra, otro texto muy querido por Muñoz: «El arte no conoce un tipo particular de realidad (…). Es el acontecer mismo del oscurecimiento, un atardecer, una invasión de sombra».
Los inicios
En sus comienzos, Juan Muñoz recibe tutorías del crítico de arte Santiago Amón; comienza estudios de Arquitectura en Madrid y luego se plantea cursar Cinematografía; gracias a una beca del British Council acude a estudiar litografía a la que hoy se llama Central Saint Martins College of Art and Design en Londres; otra segunda ayuda le lleva al Croydon College, donde realiza un posgrado con Bruce McLean y conoce a la artista Cristina Iglesias, con la que se casará después; su formación culmina en Nueva York con una beca Fullbright que le lleva al Pratt Graphic Center y posteriormente se convirtió en artista en residencia del P.S.1 Contemporary Art Center. Aunque él mismo dijo: «Pasé un año en Nueva York e hice un solo dibujo”, en realidad se centró en trabajos performativos, investigaciones en los museos y fondos bibliotecarios de la ciudad e incluso entrevistó al escultor Richard Serra.
En 1982 se instala en Torrelodones para dedicarse al comisariado, y un año después decide entregarse por completo a la práctica artística. Esta exposición recupera muchos de sus primeros trabajos en los que, aún con algún titubeo, la reflexión conceptual y la exigencia técnica ya están a un nivel extraordinario.
Su primera individual, en la Galería Fernando Vijande de Madrid en 1984, se reconstruye en parte en el atrio del CA2M. Asombra en estas piezas la coherencia con respecto a su trayectoria futura: las arquitecturas para la vigilancia, una relacionalidad compleja entre los personajes, la erosión de la frontera entre representación y realidad y el uso del lenguaje como truco ilusionista avanzan lo que serán sus herramientas centrales.
Progresos
Aunque aquella exposición no fue un éxito de ventas, sí lo fue para la crítica. De la mano de la comisaria María de Corral exhibe en 1986 en la sección Aperto de la Bienal de Venecia y en 1987 realiza en el CAPC de Burdeos su primera exposición monográfica en un museo. Es partir de entonces cuando su trayectoria –con el apoyo de comisarios del norte de Europa como Rudy Fuchs, Jan Hoet o Chris Dercon– comienza adquirir un fulgurante peso internacional. Mientras, en España, su primera exposición institucional no llegará hasta 1996.
Su trabajo en la década de 1980 estuvo marcado por una triple intención: recuperar la figura humana para la estatuaria desde una plástica no expresionista, experimentar con el repertorio emocional del régimen expositivo y plantear una reflexión sobre las posibilidades teatrales de la instalación.
La complejidad de las narrativas espaciales de Juan Muñoz comienza con su interés por los minaretes, atalayas, balcones y otras arquitecturas concebidas para la mirada elevada del poder pero también para la proyección de la voz. Su interés por la especulación narrativa se despliega en toda una serie de trabajos centrados en lo siniestro cotidiano, desde sus pasamanos amenazantes descontextualizados –arquitecturas guía que han perdido su objeto– a los llamados Raincoat [dibujos de gabardina].
Obras maestras
La exposición culmina con varias de las obras maestras que consolidaron su fama, como las instalaciones de suelos ópticos donde la teatralidad sirve para tensionar la reacción física y psicológica de los visitantes, como The Waste Land [La tierra baldía], Souffleur o Arti et Amicitiae, recuperada por primera vez desde su instalación en 1988.
En la hora violeta está concebida como un relato circulatorio en un museo encantado, una casa del arte impregnada de una ausencia ritmada, por un reconocimiento inevitable de la espectralidad. Las primeras y últimas piezas de esta muestra son retratos sin figura y trucos de prestidigitación concebidos para que el mago, el artífice, desaparezca. Juan Muñoz, al igual que el hechicero Próspero en La tempestad de Shakespeare, se despide cada vez de su público, en cada ceremonial expositivo, después de tal vez prometer ahogar su libro de magia, descifrar su código y enterrar sus trucos.
No se la pierda.