El Museo Thyssen‐Bornemisza [1] (Madrid) presenta la quinta exposición de la serie Miradas cruzadas, dedicada en esta ocasión a la representación del intimismo en la pintura. Juego de interiores. La mujer y lo cotidiano reúne una selección de diez obras de las colecciones permanentes que comparten el gusto artístico por retratar asuntos de la vida cotidiana, familiar o íntima.
Esta nueva instalación presenta un diálogo entre diversas parejas de obras relacionadas temática o formalmente, pero de épocas y procedencias diversas: desde la Holanda del siglo XVII, cuando la pintura de interiores alcanzó su independencia como género pictórico, pasando por la pintura francesa del XVIII, donde se popularizaron los retratos de figuras femeninas en el marco de sus estancias privadas, a la pintura de escenas domésticas del siglo XIX y principios del XX.
Este cruce de miradas permite mostrar cómo ha evolucionado la representación de interiores en la historia de la pintura y los evidentes elementos en común que presentan este tipo de obras a lo largo del tiempo: el uso de una luz envolvente que aísla el espacio interior del supuesto bullicio exterior, la vinculación en su mayoría con el universo femenino, la actitud introspectiva de los personajes y la sensación de quietud, como si la escena se hubiera congelado en el tiempo… pero sobre todo el interés por representar tanto un espacio físico concreto, normalmente el interior de una habitación descrita con más o menos detalle, como el estado anímico de los personajes. Se produce así una cierta exaltación del universo individual y del espacio privado frente al mundo exterior, marcado por los vaivenes políticos o sociales.
Rembrandt y Holsoe. El tamborilero desobediente (c.1655) de Nicolaes de Maes, discípulo de Rembrandt y uno de los máximos representantes junto a Vermeer de la pintura de interiores, se relaciona con Mujer con frutero (c. 1900‐1910), del danés Carl Vilhelm Holsoe, reconocido pintor también de interiores cuya técnica ha sido comparada con la de los maestros holandeses del siglo XVII. Ambas escenas representan actividades cotidianas protagonizadas por mujeres en las que los objetos están descritos con detalle, mostrando una profunda observación del espacio y de la atmósfera interior frente al exterior que se adivina a través de las ventanas.
Amorosi y Hopper. Muchacha cosiendo (c. 1720), del pintor italiano del siglo XVIII Antonio Amorosi, se ha emparejado con Muchacha cosiendo a máquina (c. 1921) de Edward Hopper. En ambas, el espacio está apenas descrito para concentrar toda la atención en resaltar la vida interior de las retratadas. En el caso de Hopper el sentimiento de soledad ‐uno de sus temas preferidos‐ se hace más dramático, con el rostro de la modelo oculto por el pelo y el traje apenas esbozado frente al detallismo con el que Amorosi describe el rostro, el vestido y los objetos de costura de la otra joven, envuelta en una atmosfera de contenida introspección.
Boucher y Merritt Chase. En la Francia del siglo XVIII se popularizaron los retratos de figuras femeninas en el marco de sus estancias privadas, dedicadas a la lectura de libros o cartas, al descanso o a escenas de toilette. La obra de François Boucher es un excelente ejemplo de este tipo de representaciones y el cuadro que forma parte de la colección permanente del Museo, La Toilette(1742), nos muestra este estilo en todo su esplendor; un interior ricamente decorado, con mobiliario y objetos decorativos ‐biombo, porcelanas, etc.‐ que muestran el influjo del diseño de origen chino que contagió las artes decorativas europeas durante el siglo XVIII y que fue principalmente asimilado por el Rococó. Orientalismo de influencia china frente al gusto por el diseño japonés que imperó en el arte europeo y americano en la segunda mitad del siglo XIX, como vemos en El quimono (c. 1895), del norteamericano William Merritt Chase. De nuevo, una mujer en la intimidad, sentada también con un biombo de fondo, en esta ocasión de estilo japonés, al igual que su vestido, la silla de bambú o las láminas con dibujos que reposan sobre el suelo.
Gerrit Dou y Vuillard. Asomarse al exterior desde el interior se convierte en un tema interesante para los estudios de luz y perspectiva. Gerrit Dou, artista formado en el taller de Rembrandt que popularizó un tipo de composición conocido como «ventana nicho», se especializó en escenas de género de pequeño formato con gran atención al detalle y a los efectos de la luz, lo que favorecía un cierto carácter ilusionista. En Joven a la ventana con una vela (c. 1658‐1665), la figura esta modelada por la luz que le ilumina desde abajo; lo mismo que en La cantante (1891‐ 1892), de Édouard Vuillard, pintor francés integrante del grupo Nabi, conocido por sus escenas domésticas y su apasionante relación con el mundo del teatro.
Dufy y Witte. Una vertiente diferente de este tipo de obras intimistas se encuentra en las escenas de mercado, muy frecuentes en la pintura flamenca del XVII y que volverían a popularizarse en los siglos XIX y XX. Se trata de un espacio público pero que es continuación de las labores domésticas que se llevan a cabo en el interior de las casas. El interés por el tema es paralelo al desarrollo de la pintura urbana que empieza a generalizarse durante el siglo XVII y que tan bien retratará más tarde la pintura francesa de principios del siglo XX. El mercado de pescado, Marsella (1904‐1905), de Raoul Dufy, y El antiguo mercado del pescado en el Dam, Amsterdam (c.1650), de Emanuel de Witte, son dos magníficos ejemplos de ello. Aunque ambas escenas están pobladas de personajes, comparten el carácter intimista propio de un espacio cerrado gracias, principalmente, al tratamiento de la luz y a la descripción de los objetos y figuras.
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