La muestra Julio González, Pablo Picasso y la desmaterialización de la escultura, organizada en Madrid por Fundación MAPFRE, fue precisamente el último gran proyecto de Llorens, uno de los más lúcidos historiadores del Arte españoles, fallecido el 10 de junio de 2021. Comisariada junto a su hijo Boye, incluye más de ciento setenta obras, entre esculturas, pinturas y dibujos, y culmina una línea de investigación a la que el historiador dedicó buena parte de su trayectoria.
En ella, el trabajo conjunto de ambos artistas se estudia como parte del contexto que dio lugar a un nuevo tipo escultura en la que los tradicionales conceptos de masa unitaria y volumen dejaron paso a otra nueva que incorpora materiales y técnicas como el hierro y la soldadura y que se constituye a través de planos, líneas y vacíos. El nuevo modo de trabajar el metal iba a jugar un destacado papel en la producción artística de las décadas centrales del siglo XX y sería considerado el equivalente escultórico del expresionismo abstracto y del informalismo; es decir, equivaldría al nacimiento de la escultura abstracta.
Pero esta exposición pone de manifiesto que la cuestión es bastante más compleja; su planteamiento permite un mejor entendimiento de la relación entre ambos creadores y aborda problemas fundamentales para la comprensión de la escultura moderna.
¿Una estatua de qué?
¿Cómo dar forma a la nada?, se preguntó Picasso cuando le encargaron realizar un monumento que conmemorara a su amigo Guillaume Apollinaire tras su fallecimiento en 1918. Esta cuestión, a la que el artista no daría respuesta hasta casi diez años más tarde, fue inspirada por un pasaje de Le Poète assassiné [El poeta asesinado], una novela del escritor en la que el protagonista anunciaba su propia muerte. Cuando el poeta Croniamantal –que no es otro que Apollinaire– muere, «El pájaro de Benin» –que encarna a Picasso– anuncia que va a erigirle una estatua. «¿Una estatua de qué? –pregunta Tristouse, la novia del difunto–. ¿De mármol? ¿de bronce?» «No –contesta «El pájaro de Benin»–, tengo que esculpirle una profunda estatua de nada, como la poesía, como la gloria…».
Picasso, que conocía el trabajo de Julio González, sabía que éste había estado investigando sobre la escultura metálica como evolución natural de su oficio como orfebre y, sin duda, fue este hecho el que hizo que cuando hubo de contestar a esta pregunta llamara a su viejo amigo para que le ayudara. Lo primero que pensó Picasso fue en hacer una jaula, pues –como refiere Llorens en uno de sus escritos sobre este episodio– «las jaulas dan forma al aire. Lo encierran sin encerrarlo, porque no hay nada más libre que el aire en una jaula».
Proyecto ¿fallido?
Esta colaboración entre González y Picasso, amigos desde los tiempos de la Barcelona modernista, comenzó en septiembre de 1928. Entre los dos realizaron 11 esculturas, siete de ellas bocetos de pequeño tamaño, a lo largo de unas quince o veinte sesiones durante cuatro años. El proceso de trabajo conjunto se fue dilatando en el tiempo y, finalmente, no llegó a materializarse, al menos no de la manera prevista, por las continuas diferencias con el comité que realizó el encargo, que esperaba un monumento de carácter tradicional.
A pesar de todo, el trabajo realizado sí que dio sus frutos. González creó una serie de esculturas desmaterializadas en las que trabajaría el resto de su trayectoria y que le valdrían, póstumamente, el reconocimiento como uno de los padres de la escultura abstracta en hierro, a pesar de que él mismo remarcó su lejanía con respecto a esta tendencia. Picasso, por su parte, aprendió las posibilidades del trabajo de forja y de la soldadura en hierro que le enseñó González, así como a llevar a cabo alguna de las esculturas más relevantes del pasado siglo, como Femme au jardin.
Julio González, Pablo Picasso y la desmaterialización de la escultura, que se inscribe dentro de la celebración de Picasso 1973 – 2023 (de hecho es la primera exposición del programa que se celebra en España), incluye algunas de las obras claves de la escultura moderna y ha sido organizada con la colaboración del Musée national Picasso-Paris [1] y la González Administration. [2]
Hito en el arte del siglo XX
La historiografía tradicional ha considerado esta colaboración entre Picasso y González como el momento en el que se produce la «invención» de la escultura abstracta en hierro, pero realmente éste fue un largo proceso que se inició con la práctica escultórica cubista y que implicó en mayor o menor medida a distintos artistas en el París de los años veinte y treinta. Artistas como Jacques Lipchitz, Alberto Giacometti o Henri Laurens rechazan de este modo la tradicional concepción de la escultura de bulto redondo y expresan su preocupación por la transparencia a través de la disolución de los volúmenes en distintos planos con el fin de crear juegos de luces y sombras o incorporar el vacío a sus composiciones. Las obras que realizaron en colaboración González y Picasso participan de este espíritu de época. Una década más tarde, González lleva a su máxima expresión esta tendencia con lo que él mismo denominó «dibujar en el espacio», un dibujo que, formado por líneas metálicas, se materializa en la tridimensionalidad del espacio.