El atentado contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001 supuso un mazazo para la recién iniciada sociedad del siglo XXI. A los más sensibles, como el artista de origen marroquí André Elbaz, hizo mella de manera especial al llevarle al replanteamiento absoluto de su forma de hacer arte, de mostrarlo y de manifestarse.
A partir de ese instante todo cobraba otro sentido. No podía ser de otra forma para él. La violencia que sufrió la condición humana, tantas veces maltrecha en ocasiones anteriores, fue la gota que rebasó el vaso.
Reflejar la realidad
«Nací en una época muy particular, entre dos guerras mundiales, y dio la casualidad de que mi tercer aniversario, aunque yo no era consciente, coincidió con el bombardeo de Guernika. Fue mucho más tarde, en 1965, cuando tuve la ocasión de asistir [aunque desde Inglaterra] a un acontecimiento de una violencia inédita: el asesinato del presidente Kennedy en Dallas. Por lo tanto, me encontré como testigo de algo increíble, de una violencia desbordante. Poner fin a una vida, no ya de un presidente, sino una vida humana», afirma.
«Tuve la suerte de nacer en Marruecos, de ser judío allí, un lugar donde disfrutaron de un respeto que debería darse siempre con todos los individuos y los animales. Fue más tarde cuando descubrí el Holocausto, la Inquisición, las Cruzadas… Cosas negativas de un mundo positivo del que también disfruto, sin embargo están ahí y me veo obligado a hablar de ellas porque están en mi mundo. He hecho también cosas bellas, en la Casa Árabe se pueden ver estos días pinturas que, desde luego, son de otro matiz».
«En el momento en que tomo conciencia a través de la televisión de la destrucción de las Torres Gemelas y de esas personas saltando del edificio o esas otras atrapadas en un avión sabiendo que va a morir… ante todo eso no puedo mentir, no puedo seguir pintando cosas bellas, tengo que destruir. En ese sentido soy un pintor contemporáneo, y creo que tengo razón en lo que hago. Tengo que destruir».
Vuelta a los recuerdos
Sin embargo, no le resulta fácil destruir porque supone un acto de gran violencia en el que todo lo que vivió en el momento de la creación vuelve a vivirse de nuevo, vuelven todos esos recuerdos y debe pararlos, marcar de alguna manera el fin que va a dar lugar a una renovación.
«Las obras que he destruido era muy bellas en su momento. He trabajado mucho sobre diferentes aspectos relacionados con lo bélico, con las revoluciones, con el ser humano matando al ser humano. Realmente la pregunta es cómo puede ocurrir eso, cómo podemos agredir y destruir al otro que en realidad soy yo. Esa sería la ecuación: yo soy el otro, otros «yoes». Por tanto, todos los individuos deben ser respetados puesto que de mí llego al otro y en el otro me encuentro a mí. Todos juntos atravesamos la vida, que es maravillosa».
Elbaz empezó trabajando en el teatro y el cine, pero más tarde descubrió que podía expresarse mejor a través de la pintura. Vive cada día un proceso de negociación con sus obras antes de destruirlas, en el que surgen diferentes resistencias. Confiesa que en su taller hay una sección de dibujos a la que todavía no ha ‘llegado’, aunque no descarta hacerlo en un futuro.
Tres muestras en España
El trabajo de Elbaz, que ha expuesto en museos como el Pompidou de París o el Mai Mura de Tokio, entre otros, tiene influencias de España, Marruecos y Francia, y además de esta muestra en el Museo ABC, pueden visitarse estos días otras dos organizadas por el Institut Français. Una, en la Casa Árabe (Madrid), y la otra en la Alhóndiga de Segovia.
Elbaz recuerda que tuvo suerte en los años 60 al tener una acogida formidable en Marruecos. «Fui de los primeros pintores que llegaron a aportar algo de arte nuevo, lo que pasa es que mi arte, por ser abstracto figurativo, le decía más a la gente y la verdad es que la acogida fue fabulosa. Después, en Reino Unido, vendí más todavía, en Canadá seguí vendiendo y en un momento dado, cuando empecé a hablar de guerras y de revolución, las ventas empezaron a caer drásticamente. La gente quería cosas bellas. En ese momento me convertí en arterapeuta y me di cuenta de que mi obra le decía mucho a los psiquiatras y educadores que hacían estudios al respecto. Esa fue una época nueva en la que finalmente llegué a la fibra vegetal, que es lo que se puede ver en esta exposición. Sin embargo, realmente mi fin no es vender. Si me compran estaré encantado por diversas razones, pero no es mi objetivo principal».
La fibra vegetal
El trabajo con la fibra vegetal es, además de la destrucción, otra de las señas de identidad de André Elbez, y su descubrimiento en los años 80 supuso un punto de inflexión en su trayectoria.
Todo comienza cuando una mujer llega a su taller para trabajar con la arterapia y comienza a utilizar el papel como camino alternativo. «Me invitó a que fuese a un taller para que viese cómo ella lo hacía y la verdad es que quedé prendado y empecé a hacer las obras en fibra vegetal. Además vi que me ofrecía una libertad total y que tenía menos limitaciones de materiales, de olores, etc.».
Pero no empezó a destruir la obras en fibra vegetal desde el principio, fue más adelante cuando empezó a hacerlo y a intentar meterlas en urnas, realmente tarros de spaguettis.
«Resultó un poco extraño poner las obras en tarros, lo que pasa es que fue lo que encontré. Ese es el misterio. Era lo que tenía a mano y lo más gracioso de todo era que esos tarros en principio son de cocina, los acabé encontrando en una gran superficie en la que compré 250 (se quedaron bastantes extrañados), pero de hecho, tendría que volver a encargar otros mil», cuenta.
En tarros de cristal
Un día, como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo, Elbaz dejó de encontrar los tarros en las tiendas y tomó un camino nuevo, volver a reconstituir las obras a través de la fibra vegetal, que es lo que se puede ver también en esta exposición en forma de 29 laceraciones. Entre ellas, un tríptico titulado El Quijote, que juega con la novela de Miguel de Cervantes.
«Realmente si viese a otros artistas destruyendo sus obras diría que están locos, pero considero que yo no lo estoy, simplemente estoy dando testimonio», concluye André Elbaz.
[3]El tríptico Don Quijote
Se trata de una de sus obras clave. Siempre le había gustado mucho Madame Bovary porque «Flaubert lanza en ella secretos a voces» y eso le parece especialmente interesante. «En su momento, además, montó gran revuelo, fue prohibida, hubo juicios… La pregunta era ¿había que destruirla?», se planteaba el artista. Así, se le ocurrió destruirla y meterla en una jaula. «A Flaubert le gustaba mucho Don Quijote y su padre le leía pasajes cuando era pequeño. A Madame Bovary le gusta mucho leer, y de hecho, vive a través de los libros como vive también a través de ellos el hidalgo. Yo me encontraba entre los dos».
Entonces pasó los dos libros por la trituradora de papel y con los jirones los volvió a montar en el soporte de una hoja. «Si se incendiasen las bibliotecas, alguien podrían coger mi cuadro, meterlo en agua… la fibra se desharía, las líneas volverían a aparecer y un ordenador podría volver a reconstruir uno o veinte libros. Tal vez de ahí acabaría saliendo un Don Quijote o una Madame Bovary«, relataba.