«Esta no es una exposición que quiera reconocer el trabajo de grandes ilustradores infantiles, aunque pueda parecerlo», afirma contundente Hernández Cava, «es una muestra de grandes dibujantes que coincidieron en un momento y, sin crear un grupo, se vieron involucrados con el dibujo español», hasta el punto de que «volvieron a sintonizar plenamente con una modernidad con la que, por razones políticas, no habíamos podido mantener hasta ese momento un diálogo fluido».
El propio contexto histórico en el que vivía España es el desencadenante para que surja esta generación de ilustradores, comprometidos política y socialmente con un trabajo en el que aplicaban una gran destreza técnica. En ese momento también se vive en el mundo del arte una gran apogeo del arte pop, a pesar de que se había iniciado en los años 50. «Algunos de estos artistas se alinean con la estética pop, y otros no tanto pero sí que participan de ese espíritu de renovación», explica Hernández Cava.
Estos artistas fueron los primeros en cruzar la frontera y en tener referentes internacionales. Pero si hay algo que los marcó es que «fue la primera generación que trató de organizarse y de luchar para que los derechos de los dibujantes tuvieran un reconocimiento del que carecían», afirma el comisario. Crearon una asociación y reivindicaron sus derechos, entre ellos «defendíamos que se pusiera nuestro nombre en la cubierta de los libros, algo impensable en ese momento», recuerda el ilustrador Miguel Ángel Pacheco.
Doble lectura
La muestra quiere reivindicar así el trabajo de una generación de ilustradores que la crítica ha reducido, en algunas ocasiones, a grandes dibujantes para niños, ocultando el hito irrepetible que supuso en aquellos momentos el uso de un nuevo lenguaje, de una nueva estética, de un nuevo discurso. Estos «apostaron por el mundo infantil porque estaban comprometidos con las nuevas pedagogías que se querían poner en marcha con la democracia», apostilla el comisario.
Pero esto no quiere decir que sus dibujos fueran sólo para niños. Hasta ese momento, las ilustraciones eran una reproducción gráfica del texto de los libros, mientras que entonces los ilustradores comenzaron a introducir nuevos elementos con los que «el adulto podía crear una lectura distinta, porque mediante la ilustración podíamos crear cosas que no estaban en el texto», asegura Miguel Calatayud.
Fue un grupo que no era homogéneo y al que tampoco podemos referirnos como una escuela, «yo creo que la grandeza estaba en la calidad que tenía cada uno, y en otro factor que no había descubierto hasta hoy: la diversidad», explica José Ramón Sánchez, el más veterano de los dibujantes, al que acompañan Fina Rifà, Pilarín Bayés, Asun Balzola, Manuel Boix, Miguel Calatayud, Luis de Horna, Miguel Ángel Pacheco, Karin Schubert, Carme Solé Vendrell y Ulises Wensell. Aunque como confirma Hernández Cava, hay una ausencia destacada, la de Viví Escribá, con la que ha sido imposible contactar.