Suenan las campanas de Cantus in Memory Of Benjamin Britten [1] en La Quinta de Mahler, donde el compositor se encuentra con algunos periodistas, y hay quien deja caer en voz alta sus pensamientos más íntimos: “Esta música, cómo decirlo… Reconforta”. Algunos fans se han colado y aprovechan para expresar, emocionados, su admiración al compositor: “Su obra me ha acompañado mucho y por ello quería darle las gracias”. Y es que detrás de Arvo Pärt hay todo un fenómeno de adoración internacional que llega por el efecto de su personalísima música exportada a la masa gracias al cine, ya que ha tomado parte de bandas sonoras de películas como Farenheith 9/11, La Gran Belleza, Elogio del Amor, Heaven, Soldados de Salamina o Gravity.
Cuando Manfred Eicher, el director de ECM Records, [2] escuchó un día en su coche Tabula Rasa tuvo que detenerse en el parking más cercano para poder prestar absoluta atención a la obra. Eicher hasta ahora había dedicado su carrera al jazz, pero conmovido y abrumado, quedó tan impresionado por la música de Pärt que decidió que le encantaría editar su obra y abrió una colección dedicada a música clásica. Grandes nombres del pop como Björk, PJ Harvey, Thom Yorke, Nick Cave o Rufus Wainwrite han sucumbido también a su evocadora sonoridad.
Todo está en la nota
No es fácil llegar a la catarsis. No es fácil que las emociones producidas por el arte, por la música en este caso, lleven a un encuentro estético tan placentero con el que poder encontrar la liberación con sólo escuchar una obra, unos pasajes o unas notas. Para lograrlo debe darse el momento, la intención, el nivel de concentración y de escucha, de análisis quizás, pero sobre todo debe producirse una simbiosis con el silencio, con el sonido individual y conjunto, con cada armónico que resuena en el espacio. Es un acto de entrega absoluta. Total.
La obra de Arvo Pärt, creador del paradigma compositivo Tintinnabuli, consigue que se produzca. Por ello, además de incidir en el estudio de su estilo compositivo habría que estudiar sus efectos, cómo llena el alma, la alimenta y la comprende. Es algo indivisible de su obra. En realidad, como él mismo confirma, todo pasa por la “nota”. “Es difícil de explicar en palabras, pero todo está en la música. Se trata de que el compositor y la audiencia conecten a un mismo nivel, de que hablen de la misma cosa y entonces el que escucha se convierte también en compositor”.
Precisamente es para él la relación del compositor y la nota lo interesante, de la misma manera en que lo es el pintor y su pincelada. “La manera en que un compositor se aproxima a la nota es algo muy importante y muy serio porque es un elemento musical único y de importancia suprema”, añade.
Un sistema compositivo nuevo
Como uno de los representantes más radicales de la vanguardia soviética, la obra de Pärt ha pasado por un profundo proceso evolutivo. Admirador de John Cage a principios de los 60, ha ido desde la música neoclásica para piano al uso individual de la dodecafonía, la composición con masas sonoras, música aleatoria y técnica de collage. Su estilo, como el minimalismo americano de Phillip Glass o Steve Reich, es el minimalismo sacro, espiritual.
En 1968 su carrera dio un giro al componer Credo, una obra por la que fue perseguido por las autoridades y por la que se vio obligado a emigrar por poner en peligro el ateísmo impuesto desde el poder. Ahí llegaría un parón y una intensa crisis personal por la que se refugiaría en la música antigua, estudiaría canto llano y las primeras apariciones polifónicas, además de explorar la religión y la espiritualidad.
Su vuelta se produciría en 1976 con Fur Alina, una maravillosa obra para piano inquietante y elevada que representa un sistema compositivo totalmente renovado que continuaría con obras como Fratres (1977), Tabula rasa (1977), Cantus in Memory of Benjamin Britten (1977), Spiegel im Spiegel (1978) y muchas otras. Precisamente las dos primeras serán interpretadas estos días en el Auditorio Nacional, además de Swan Song y Como cierva sedienta, por la Orquesta Nacional dirigida por John Storgårds, los violinistas Joan Espina y Javier Gallego, y la soprano Sylvia Schwartz.
Artista comprometido
Preocupado por la situación de la Rusia actual, confiesa que cuando era niño siempre encontró la vía de escape a los dictados de la Unión Soviética y que, de la misma manera, hoy con Putin cada persona debe ser consciente de esta situación. “Basta con mirar lo que ocurrió con el opositor Boris Nemtsov. Cualquiera con dos dedos de frente sabe quién está detrás de todo eso”.
Para él los líderes europeos occidentales no quieren enterarse de que Putin “es una persona perturbadora” y “un verdadero peligro para cualquier país”, por lo que “la situación es tan explosiva que nadie se atreve a dar ningún paso”. Con una profunda sensibilidad, en el momento en que en la sala se escuchaba su Cantus in Memory Of Benjamin Britten, él no podía dejar de pensar en Boris Nemtsov. La charla había tomado un viraje político, extraño quizás, pero previsible en alguien comprometido con la actualidad y las atrocidades de nuestros días. También, un recuerdo para su obra Da Pacem Domine, creada «en solo una noche» ante la conmoción que le causaron los atentados de Madrid el 11 de marzo de 2004.
Además de los conciertos del 6, 7 y 8 de marzo, la Orquesta Nacional de España ha organizado otro extraordinario para el día 14 en el que interpretarán las obras Orient & Occident, Te Deum, Cantus, Salve Regina, Adam’s Lament y 2 Wiegenlieder. En abril cuatro profesores de la ONE participarán en talleres con los jóvenes sobre el modelo compositivo de Pärt como músicos adoptados en los centros, y en mayo se han programado una serie de ‘conciertos mini’ en el Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en los que se interpretarán también obras del compositor estonio. Reconocimiento y aplausos ante una música lenta, que avanza paso a paso, que se cuela por los rincones, que remueve, permanece y libera.