La muestra, que incluye una selección de 250 obras, entre dibujos, pinturas y cuatro películas, explora la evolución de Schneider desde 1988 a 2016. El visitante se encuentra con sus primeros dibujos, marcados por la sobriedad lineal antipictórica, pasando por la introducción de la mancha de color a finales de los años 90, hasta llegar a la posterior alternancia del blanco y negro con el color y el uso de otras técnicas.
Un recorrido que invita a entrar en un universo complejo donde están presentes la visión «autobiográfica, personal e íntima», según explica Manuel Borja-Villel, director del Museo y comisario de la muestra, «cercana a la emoción y con la capacidad de inspirar lecturas que combinan la fantasía y las situaciones más cotidianas de la vida». Las referencias a acontecimientos políticos y sociales de nuestro tiempo, tratadas con sátira y de manera crítica, son también una constante en la práctica de la artista.
Para expresar ese mundo de contrastes, Schneider se sirve de las situaciones comunes, los objetos banales y las imágenes sin filtros, por las que siente fascinación. Una atracción que se observa en sus composiciones más líricas y delicadas, pero también en los esbozos y en los dibujos que nacen del gesto automático de la artista al observar su entorno y revertirlo con su mirada. Recurre para ello al humor negro, al absurdo y al impacto turbador como constantes vitales de su trabajo.
Cuentos y fábulas
En el imaginario de la artista la línea es el enunciado elemental con el que construye un relato autobiográfico que está siempre presente en su obra. Su trazo sencillo remite a una escritura gestual, similar a las anotaciones espontáneas e íntimas de un diario. Consigue de ese modo estructurar un enigmático repertorio de personajes, figuras, animales y objetos que se desarman y rearman en fragmentos, para acabar proyectándose en situaciones cotidianas.
Schneider se apoya en técnicas tradicionales (carboncillo, tinta sobre papel, acuarela, pinturas y gouaches) de un dibujo, casi primitivo, para desplegar una iconografía en la que se aprecian los sueños, las angustias y sus propias obsesiones. En su trabajo se aprecia también una referencia recurrente al cuento y a la fabula, de los que se apropia para convertirlos en herramientas de trabajo. «Aunque se aleja de la moralidad de estos, los utiliza con un componente íntimo», asegura Borja-Villel.
A partir del dibujo y sin perder estas señas de identidad, en la década de los años 90 y en los primeros años del siglo XXI, la artista extendió su obra a la imagen pintada, a la realización cinematográfica y a la fotografía. Desde su cámara Súper 8 muestra cómo las animaciones dibujadas son capaces de entretejerse con imágenes reales, conservando lo mejor de cada una de esas dimensiones y creando a la vez un espacio multidimensional.
Experiencias y obsesiones
La exposición invita a dejarse atrapar por una montaña de imágenes que reflejan el flujo de la vida, las experiencias más mundanas, los caprichos aparentes del azar, las referencias a la literatura, y la particular lectura que hace de todo ello Schneider. Pero también están presentes la violencia, las obsesiones por la maternidad, la visión de la familia y la muerte, representadas en las distintas etapas de su actividad creativa con objetos cotidianos, como una plancha o distintos elementos del cuerpo humano.
«A pesar de esta apariencia espontánea, nos encontramos con una obra culta que hace referencia a diversos artistas», afirma el comisario. Por ejemplo, su particular utilización del color (azul, monocromático) está alentada por Philip Guston, artista destacado de la denominada Escuela Expresionista de Nueva York en la década de los 50. Pero además hay otros creadores, poetas, escritores y pensadores que han influido de alguna manera en su forma de crear, como Matisse, Virginia Woolf o Frank Kafka.
Esos referentes le permitirán explorar ámbitos temáticos nuevos, a modo de diálogo creativo, que se basa en la narración como forma básica de comunicación y expresión. «Pero también recuerdan a Goya sus dibujos más críticos y grotescos», concluye Manuel Borja-Villel.