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El orientalismo de José Tapiró

Tapiró alcanzó una notable fama internacional en vida, para más tarde ser casi olvidado. Cien años después de su muerte, su obra, dispersa por medio mundo, se revela de una extraordinaria calidad y le sitúa en un lugar destacado en la pintura de este género.

Fue el primer pintor español que se instaló en Tánger, acercándose a la vida tradicional marroquí. Este paso decisivo, cuando ya era un artista reconocido y con taller en Roma, le lleva mucho más lejos que la mayoría de pintores orientalistas: más allá de lo pintoresco y la ensoñación literaria.

Un viaje

Tapiró había descubierto Tánger en 1871, durante un viaje en compañía de sus amigos Mariano Fortuny y Bernardo Ferrándiz. Aquel primer viaje dejó en él una profunda huella y le reveló los que iban a ser los grandes temas de toda su obra: la representación de la vida tradicional norteafricana y sus protagonistas.

Josep Tapiró. El santón darkaguy de Marrakech, 1895. Acuarela sobre papel. Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona. [1]

Josep Tapiró. El santón darkaguy de Marrakech, 1895. Acuarela sobre papel. Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona.

En Tánger se instaló desde 1877 hasta su muerte y durante todos esos años el pintor realizó una aproximación casi científica a la sociedad magrebí.

Además de su magnífica calidad artística, su obra es un significativo documento testimonial de un mundo en retroceso ante la presión colonialista europea. Tapiró pudo experimentar en directo la extraordinaria transformación urbana y cultural que vivió la ciudad. El pintor se sumerge e implica en aquella realidad y huye de los lugares comunes de moda desde el romanticismo.

Realismo y diversidad

En la obra de Tapiró, inspirada por la filosofía positivista, hay rigor documental y un cuidadoso objetivismo. El pintor hace amigos entre los musulmanes distinguidos, entre los judíos de la ciudad y entre la colonia de occidentales. Consigue entrar en lugares hasta entonces vedados a los extranjeros, asiste a las ceremonias religiosas e, incluso, a la ceremonia de preparación de una novia.

Las bodas, las tradiciones religiosas y las escenas de la vida doméstica, que él describe con todo detalle, constituyen un verdadero relato pictórico de los aspectos más atractivos de la vida tradicional en Táger.

Tapiró realizó retratos muy realistas de santones, novias, músicos ambulantes, jerifes, bandidos, criados e indigentes, y en ellos muestra la pintoresca diversidad humana del Tánger del siglo XIX. Pero además del valor documental de su obra, fue un artista absolutamente extraordinario, de marcada personalidad y lenguaje propio, y un virtuoso acuarelista, en un momento en el que la acuarela era una técnica muy apreciada, sobre todo en el mercado artístico anglosajón, donde comercializaba sus creaciones.

Esta muestra monográfica, junto con la exposición que el museo dedicará el próximo otoño al artista Carles Casagemas, inicia una línea de trabajo de recuperación y reivindicación de autores catalanes.

 

El orientalismo

Desde la campaña de Napoleón en Egipto en 1798, el mundo islámico se convierte en un lugar común del imaginario romántico. Los intelectuales europeos idealizan la cultura, la historia y los paisajes de unos lugares que a menudo sólo conocen por las descripciones de los viajeros.

La literatura contribuye con fuerza a alimentar esa imagen y escritores como Lord Byron, Chateaubriand, Víctor Hugo o Heinrich Heine recrean en sus textos un mundo exótico y fascinante.

A lo largo del siglo XIX, artistas como Eugène Delacroix, Ingres, David Roberts, Fromentin o Decamps elaboran los estereotipos de lo que vino a llamarse el ‘sueño oriental’. Un sueño lleno de misterio, de pasiones y placeres sensoriales, y también de inquietante crueldad, que en realidad respondía a un deseo de escapar de un mundo cada vez más mecanizado y moderno.