Estructurada como los antiguos dramas griegos, la monumental tetralogía comienza con El oro del Rin, prólogo de la saga, presentado la pasada temporada [1]. Le sigue ahora La valquiria, que narra la génesis del héroe Siegfried, fruto del amor incestuoso entre los gemelos Siegmund y Sieglinde –hijos extramatrimoniales de Wotan, concebidos en una de sus múltiples aventuras con mortales, disfrazado de Wälse–, de quien el dios espera recibir ayuda en el futuro para la conquista del poder supremo, materializado en la posesión de El anillo del nibelungo.
La relación de los dos hermanos, fruto a su vez del adulterio de la gemela Sieglinde, es maldecida y perseguida por la irascible mujer de Wotan, Fricka, y protegida por La valquiria Brunhilde, hija predilecta del dios, que a lo largo de la ópera descubre el amor, la compasión y vulnerabilidad de los mortales y experimenta una transformación interior que determinará el devenir de toda la epopeya.
Mundo más cercano
En su concepción de El anillo del nibelungo, el director canadiense Robert Carsen, junto con el escenógrafo y figurinista Patrick Kinmonth y el iluminador Manfred Voss, trasladan el universo mitológico wagneriano a un mundo también metafórico, pero más cercano a nuestra realidad, en el que las luchas de poder, las pasiones y las relaciones entre los personajes son más fácilmente reconocibles por el espectador actual.
Siguiendo tangencialmente el pesimismo filosófico de Arthur Schopenhauer y en la estela de Bernard Shaw, quien veía en la tetralogía una alegoría de la sociedad de clases, Carsen deja patente en su puesta en escena el poder destructivo del capitalismo feroz cuando la ambición desenfrenada de poder y de riqueza conduce inevitablemente a la destrucción de humanidad, de las relaciones interpersonales y de los lazos familiares.
Si en El oro del Rin el espectador era confrontado con un planeta destrozado, en el que los dioses (ricos y poderosos), los gigantes (proletarios insumisos) y los nibelungos (una especie de escoria social) luchaban por la posesión del anillo (dinero y poder); en La valquiria, el contexto es ya de una guerra explicita. Los dioses, aislados en un lujoso búnker (el Valhalla) –con sus luchas, pactos, maquinaciones, traiciones y conflictos conyugales– mueven con prepotencia y altanería los hilos del universo, hasta la irrupción del amor verdadero y pasional, con la vacilación de Brunhilde y su insumisión a los dictámenes del todopoderoso Wotan…
La nieve, con todo su poder metafórico y plástico, enlaza La valquiria con la ópera precedente, y enfatiza sus cuadros más intimistas con una heladora capa que el fuego del amor, que se divisa al final de esta primera jornada de la saga, derretirá…
Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, explica así el argumento: «De alguna manera, en la dialéctica de la tetralogía entre el amor y el poder, el poder ha derrotado al amor en El oro del Rin, pero en La valquiria se muestra el potencial para invertir esa dinámica y detener la precipitación de la humanidad hacia su autodestrucción. El auténtico héroe libre de la tetralogía no es Siegfried, el héroe épico, ni Siegmund, el héroe romántico, ambos programados por Wotan para servir sus intereses, ambos vilmente asesinados, sino Brünnhilde, que ambiciona convertirse en parte de la humanidad despreciando aquel estatus divino que le aseguraba la inmortalidad. Wotan, desde luego, no va a tolerar que alguien sea realmente libre, ni siquiera su hija. Y La valquiria termina con el castigo implacable de Wotan a Brünnhilde que va a precipitar el ocaso de los dioses».
Los pasos del héroe
Dos repartos wagnerianos dan vida a la partitura, bajo la dirección de Heras-Casado, encabezados por Stuart Skelton y Christopher Ventris (Siegmund); René Pape y Ain Anger (Hunding); Tomasz Konieczny y James Rutherford (Wotan); Adrianne Pieczonka y Elisabet Strid (Sieglinde); Ricarda Merbeth y Ingela Brimberg (Brünnhilde), secundados por Daniela Sindram (Fricka) y las ocho valquirias.
La gran saga wagneriana proseguirá en las dos próximas temporadas con Siegfried y El ocaso de los dioses, que seguirán los pasos del héroe de la tetralogía, desde su glorificación hasta el cataclismo final, en el marco de la misma producción creada por Carsen y Kinmonth, con su visión implacable e inquietante del mundo real, pero con un rayo de esperanza, porque “solo la consciencia de los problemas de la humanidad y de nosotros mismos permite su solución”.
Debido a la duración de casi cinco horas de La valquiria, las funciones comenzarán una hora antes de lo habitual: de lunes a sábado, a las 19.00 h, y el domingo, a las 17.00 h.
Las funciones están patrocinadas por la Fundación BBVA.
Fritz Lang
Como actividad paralela a La valquiria se proyectarán en la sala principal del Teatro Real las dos películas de Fritz Lang (1890-1976) que conforman Los nibelungos: La muerte de Siegfried [2] (21 de marzo a las 20.00 h) y La venganza de Krimilda [3] (28 de marzo a las 20.00 h). Los filmes, con guion de Thea von Harbou (1888-1954), esposa del director, están inspirados en el poema épico medieval El cantar de los cantares, una de las fuentes primordiales de Wagner en su tetralogía.
Para acompañar las películas, la Orquesta Titular del Teatro Real, bajo la dirección de Nacho de Paz [4], interpretará las partituras originales que el compositor Gottfried Huppertz (1887-1937) –colaborador de Fritz Lang en varios proyectos– creó para acompañar ambos filmes. El mismo equipo –Lang, Harbou y Huppertz– dejaría su impronta en la historia del cine con Metropolis, la pionera película expresionista de ciencia ficción.
Pese a que la música de Huppertz acompaña a una película muda, la partitura se aleja de la descripción sonora de la acción y asume una capa más del subtexto fílmico, articulando escenas, comentando acciones y enfatizando el contenido épico de la trama.