Fotógrafo, pintor y escritor, Lartigue es reconocido como un maestro de la fotografía francesa, principalmente en blanco y negro, pese a que un tercio de su archivo –donado al Estado francés– es a color, siendo esta una parte fundamental de su obra a la que, durante mucho tiempo, no se le prestó atención.
El francés consideraba inseparables la vida y el color, por lo que el uso de este último en su fotografía se produce de forma progresiva y natural. Sus fotografías a color no se conciben sin sus fotografías en blanco y negro, ya que combina constantemente estas dos prácticas, y el color debe considerarse un elemento desencadenante de la evolución de su arte. Junto a Saul Leiter es uno de los pocos fotógrafos del siglo XX que desarrolló su práctica en blanco y negro y en color, ya que los puristas del primero despreciaron el segundo hasta los años 60, cuando se asentó como medio de expresión artística.
Comisariada por Marion Perceval (Donation Lartigue) y Anne Morin, la exposición hace hincapié, sin embargo, en una singularidad de este maestro que definió toda su vida: su ambición por capturar los «instantes felices» de los que había sido testigo y partícipe. Lartigue persiguió esta misión romántica que le encomendó su padre, la búsqueda de la felicidad, y a la que se entregó en distintos momentos de su carrera y con distintas herramientas sin encontrar ninguna que le dejase del todo satisfecho.
Investigación visual
«Dios mío, desde que tenía cinco o seis años vengo pidiéndote: ¡por favor, déjame fotografiarlo todo en color!»
30 de octubre del 1952 (Extracto de las memorias de Lartigue, vol.3)
Considerado como un precursor de la modernidad fotográfica, Jacques Henri Lartigue tuvo un reconocimiento tardío, que no llegó hasta 1963 (cuando contaba con 69 años) gracias a su primera exposición, que acogió el MoMA de Nueva York, comisariada por John Szarkowski, para quien el artista era un «auténtico primitivo» que inventó la estética de lo instantáneo y dio lugar al género de la fotografía callejera. Ese mismo año, la revista Life le dedicó un porfolio que dio la vuelta al mundo e hizo famosas sus obras en blanco y negro, convirtiéndole de la noche a la mañana en uno de los grandes nombres de la fotografía del siglo XX. En palabras de Szarkowski, «las imágenes de Lartigue me sorprendieron sobre todo por la sencillez y la gracia de su estructura gráfica (…) Me sentí como si estuviera descubriendo la obra inédita del ‘padre’ de Cartier-Bresson (…), con el mismo don para descubrir la esencia del movimiento».
El color añade ahora una nueva dimensión a esta investigación visual, transformando a Lartigue en un verdadero artista-fotógrafo.