En esta ocasión, el Departamento de Pintura Española (hasta 1700) ha realizado una selección que reúne diferentes representaciones de un mismo tema: la Inmaculada Concepción, uno de los asuntos más representados por los artistas españoles del Siglo de Oro para expresar los sucesivos ideales de belleza femenina. «Es un dogma que fue reconocido por la Iglesia Católica hasta el siglo XIX, aunque su devoción venía de lejos en el mundo hispánico», explica Javier Portús, jefe de dicho departamento.
Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias, que se puede visitar hasta el 26 de febrero, reúne seis obras fechadas entre las décadas de 1630 y 1680 que permiten hacer «un recorrido por la representación de la Inmaculada Concepción a lo largo de 50 años», destaca Portús. La representación de este tema mariano contó con dos versiones: la primera subraya la intimidad, el recogimiento y la concentración, mientras que la segunda presenta fórmulas barrocas mediante composiciones dinámicas y coloristas.
En la sala 10A del edificio Villanueva se reúnen las cuatro Inmaculadas procedentes de la donación Arango en 2015, dos de Zurbarán, una de Mateo Cerezo y otra de Valdés Leal; a estas se han agregado otra Inmaculada de Zurbarán, que ingresó en el Museo del Prado en 1956, y una nueva incorporación a la donación inicial, una Inmaculada de Herrera el Mozo, que constituye un aporte significativo a la colección de obras de este autor, cuyo catálogo es relativamente escaso.
Modelos iconográficos
La Inmaculada más temprana de Zurbarán se contrapone a la custodiada por el Prado, también de este autor. Su comparación permite conocer las distintas alternativas iconográficas y compositivas que se planteó el pintor al principio de su carrera: frente a la concentración formal y la introspección emotiva de la que ingresó en el Museo en 1956, la procedente de la donación Arango es expansiva y destaca por el amplio vuelo de su túnica.
La segunda Inmaculada de Zurbarán de la donación, fechada en 1656, constituye un puente con la rica tradición de representaciones concepcionistas sevillanas de la segunda mitad del siglo XVII y puede compararse con la Inmaculada de uno de los grandes representantes de esta escuela, Juan Valdés Leal, que en su obra, fechada en 1682, evita el dinamismo compositivo y la expansión comunicativa que le son característicos, y compone una obra introspectiva y delicada, en la que la joven María se encuentra rodeada por un elaborado contexto teológico.
Otro foco importante de producción de imágenes concepcionistas fue Madrid, la Inmaculada de Mateo Cerezo (h. 1660), con su dinamismo y amplia gama cromática, características que contribuyeron a que la pintura madrileña avanzase en una dirección plenamente barroca, es un buen ejemplo. La Inmaculada de Francisco de Herrera el Mozo, uno de los nombres fundamentales en Sevilla y Madrid a mediados del siglo XVII, aunque con un catálogo relativamente escaso, es la nueva incorporación de la donación de Plácido Arango. En esta obra, el autor ofrece una alternativa a los modelos más habituales de iconografía mariana española de la segunda mitad del siglo XVII, planteando una contención formal y emotiva no habitual en la época.
Coincidiendo con la presentación de esta exposición, el Museo del Prado ha editado una publicación en la que se estudian de manera individualizada las 26 obras que forman la ‘donación Arango’ y en la que se incluye un texto en el que se valora la aportación del conjunto a las colecciones del Prado.