La muestra revisa la trayectoria de este artista visual a través de una amplia selección de su obra, articulada a modo de diálogo entre el trabajo realizado en sus cuatro décadas de trayectoria y su nueva producción, incluyendo obra inédita y una intervención sobre pared creada expresamente para esta exhibición. Un proyecto que permite al visitante conocer el trabajo de este creador que lleva años investigando en torno al lenguaje de la pintura abstracta contemporánea y su relación con otros medios, como la instalación, el dibujo, el soporte digital y la música.
El recorrido expositivo no sigue un itinerario cronológico. Cada obra se enmarca en el contexto en el que fue creada, de manera que en un mismo espacio conviven diversos tempos, pretendiendo de este modo favorecer la lectura de piezas que, si bien fueron realizadas en diversas épocas, coinciden con diversas inquietudes del artista que se han ido sucedido de manera reiterada.
En la obra plástica de Gregorio González la cuestión musical se presenta como una constante en términos conceptuales, a lo que habría que añadir su interés y afición por la práctica musical misma. Por eso, la música adquiere presencia en esta exposición, no de forma literal o sonora, sino como eje conceptual que articula las diversas salas y las seis secciones en las que se estructura.
Pieza musical
[2]De esta manera, el diseño museográfico sigue el esquema de una pieza musical en cinco movimientos, precedidos por una Obertura: Silencio sostenido, Murmullos Cromáticos, Fuga mínima, Fantasía improvisada y Variaciones sobre la esfera, que abordan las diversas inquietudes del artista a lo largo de su trayectoria y permiten organizar una polifonía en secciones, con el fin de facilitar su comprensión y activar el propio recorrido como experiencia estética visual e imaginación musical.
En palabras de la comisaria, «desde esta posibilidad sinestésica hemos orquestado su producción polifónica a través de un crescendo de ritmos que nos lleva a imaginar una pieza musical en cinco movimientos». En esta pieza musical «subyace una estructura circular, en tanto que metáfora de retorno a diversas inquietudes que aparecen en su obra de manera reiterada, así como forma paradigmática que ha ocupado a Gregorio González en los últimos cinco años».
Además de un obstinado perfeccionista, Gregorio González es ‘también’ un artista que ha mantenido con la isla de Gran Canaria lo que ha sido diagnosticado como “una tensión continua entre la necesidad de huir de ella, como Robinson, y de volver a habitarla, como Ulises”, como si necesitara fundar un territorio propio desde el que poder imaginar otros mundos posibles. Y ese territorio hemos querido cartografiarlo también”, concluye Padrón.
Entre pintura y escultura
Gregorio González vive y trabaja en Gran Canaria. Desde sus inicios ha manifestado una clara vocación por una pintura abstracta con marcado acento geométrico y depuración formal, que se desarrolla con reminiscencias del constructivismo y el minimalismo a través de conceptos como el silencio, el tempo, la memoria y el vacío.
A partir del año 2000 su obra acusa una transversalidad de formatos, quedando visiblemente desdibujada la frontera entre pintura y escultura, lo que se materializa a través de instalaciones y otros medios como el dibujo, la fotografía o el vídeo.