Abarca una extensa cronología, desde el arte medieval hasta el siglo XX, que comienza con el gótico y continúa con maestros antiguos y modernos de la talla de El Greco, Anton van Dyck, José de Ribera, Francisco de Zurbarán, Bartolomé Esteban Murilo, Juan de Valdés Leal, Francisco de Goya, Eduardo Rosales, Mariano Fortuny, Darío de Regoyos, Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, Julio Romero de Torres, Daniel Vázquez Díaz, José Gutiérrez Solana o Robert Delaunay. Se trata fundamentalmente de pinturas, aunque también se exhiben dos magistrales tallas barrocas, el Ecce Homo y la Dolorosa de Pedro de Mena, que hasta ahora se creían perdidas, y dos bellos paneles clasicistas en mármol de Mariano Benlliure.
Las obras proceden en buena medida de los herederos de Félix Fernández-Valdés (Bilbao, 1895- 1976), pero también de otras colecciones privadas –Abelló, Arango o Botí, entre otras– o públicas como el Museo Nacional del Prado –que presta cuatro obras–, el mismo Bellas Artes de Bilbao, el Bellas Artes de Asturias, el Bellas Artes de Valencia o el MNAC.
Goya y Hitler
Por su trascendencia destaca el préstamo por parte del Prado de la pintura de Goya La marquesa de Santa Cruz (1805), la obra más relevante de la colección por su calidad y por la intrincada historia de su procedencia. La investigación llevada a cabo ha desvelado que Valdés compró el retrato al Estado en 1947 por un millón y medio de pesetas de entonces. Antes, en 1941, el Gobierno franquista había comprado el cuadro y organizado una operación para regalarlo a Hitler, que afortunadamente no fructificó.
De este modo, la exposición reconstruye una de las colecciones privadas más importantes de la segunda mitad del pasado siglo, cuya relevancia es bien conocida por los historiadores del arte. Sin embargo, y a pesar de la ejemplar labor coleccionista de su propietario, de la gran calidad del conjunto que logró reunir y de la trascendencia que sus obras tuvieron en otras colecciones públicas y privadas tras su dispersión, hasta ahora no había sido estudiada en profundidad.
El trabajo emprendido por los comisarios –María Pilar Silva, hasta 2017 jefa de Conservación del Prado, y Javier Novo, coordinador de Conservación e Investigación del Bellas Artes– ha tenido que sortear diversos obstáculos. El primero, el carácter discreto que exige la labor coleccionista y que, en el caso de Fernández-Valdés, fue especialmente reservado.
En un tiempo en el que las casas de subastas no dominaban aún el mercado y, por tanto, no estaba generalizada la compraventa de obras y su publicidad pública, los coleccionistas se dejaban aconsejar. De este modo, marchantes, anticuarios, artistas, historiadores y restauradores los acompañaban, junto con su instinto y gusto particular, en la búsqueda de piezas.
Fuentes
En el caso de Valdés, hombre de negocios sin gran formación artística, fueron esenciales el consejo y las gestiones de, entre otros, su gran amigo el marchante, copista y restaurador Luis Arbaiza, el historiador Enrique Lafuente Ferrari, el restaurador del Prado Jerónimo Seisdedos o Isabel Regoyos, hija y nuera, respectivamente, de los pintores Darío de Regoyos y Aureliano de Beruete. Precisamente, la importante colección de Beruete fue otra de las fuentes para la colección Valdés.
Gracias a todos ellos y a su acierto como coleccionista, el empresario fue capaz de reunir un conjunto que destacaba entre las colecciones de su tiempo y llegó a conservar unas cuatrocientas obras, entre pinturas y esculturas, además de platería, tapices, mobiliario y otras piezas de artes decorativas.
En el origen de su pasión por el arte se encuentra la figura de su tío, el también coleccionista Tomás de Urquijo, quien le legó todos sus bienes. Entre ellos se encontraba el Cristo crucificado (c. 1577) de El Greco, seguramente reflejo de la revalorización del pintor cretense por parte de Zuloaga y muy acorde con las profundas convicciones religiosas de Valdés, quien, junto con Zurbarán, lo consideró uno de sus pintores predilectos. Ambos pintores están muy bien representados en la colección.
Museografía doméstica
Valdés comenzó a coleccionar a finales de los años treinta, aunque la mayor parte de las adquisiciones se produjeron durante los años cuarenta y cincuenta, una época convulsa, pero de gran prosperidad para el empresario –tuvo negocios de importación de madera, aceite de palma y cacao en la Guinea española hasta su independencia en 1968–, que supo encontrar obras procedentes de otras colecciones nobiliarias o de conventos e iglesias en fase de dispersión.
La colección se alojaba en el número 15 de la Gran Vía de Bilbao, donde Valdés vivió desde 1920 hasta su fallecimiento. Gracias a la exposición se han encontrado fotografías hasta ahora inéditas que muestran distintas estancias de esta auténtica museografía doméstica. Se sabe, por ejemplo, que en el salón colgaban obras de El Greco, Zurbarán, Valdés Leal y Murillo, y que en la capilla dispuso, entre otras, las dos tallas policromadas de Pedro de Mena y el Van Dyck del museo de Bilbao, mientras que en su dormitorio podía contemplar pinturas de Zurbarán, Ribera y Morales. A su muerte en 1976, las obras pasaron a sus numerosos herederos y se fueron dispersando para formar parte de otras colecciones particulares e instituciones públicas.
Intereses
El interés de Valdés se centró, principalmente, en los maestros de la pintura española del Siglo de Oro –El Greco, Zurbarán, Valdés Leal, Murillo o Carreño–, pero también en la pintura española medieval –con ejemplos significativos como el tríptico de Bernardo Serra, la tabla de Fernando Gallego o el tríptico de Quejana (Álava)–, sin olvidar autores renacentistas como Luis de Morales.
También incorporó a la colección nombres destacados de las escuelas flamenca y holandesa como Isenbrandt, Van Dyck o Benson. La pintura del siglo XIX es otro de los núcleos principales de la colección, con los espléndidos retratos La marquesa de Santa Cruz de Goya y Concepción Serrano, después condesa de Santovenia de Eduardo Rosales –hoy ambos en el Prado–. De Rosales se exponen, además, varias piezas inéditas junto a otras obras destacadas de Vicente López, Antonio María Esquivel, Leonardo Alenza, Martín Rico, Mariano Fortuny y Raimundo de Madrazo.
Del periodo entre siglos y primeras décadas del XX sobresale la amplia representación de los pintores Darío de Regoyos y Joaquín Sorolla. El deslumbrante Después del baño (1902) de Sorolla se muestra al público por vez primera en esta exposición. De esta época son también las obras de Ignacio Zuloaga, Isidre Nonell, Aurelio Arteta, Julio Romero de Torres, José Gutiérrez Solana, Joaquín Mir, Hermen Anglada Camarasa o Daniel Vázquez Díaz.
Con Vázquez Díaz mantuvo Valdés una relación especial y llegó a comprarle siete pinturas y varios dibujos. Además, una pequeña vista de la catedral de París de Robert Delaunay propiedad del pintor, hasta ahora inédita, pasó a engrosar la colección, mostrando así la amplitud de miras del coleccionista.
Referenciada por la historiografía artística pero realmente poco conocida, el reto de poner en pie esta muestra para poder así recomponer la colección ha sido, en primer lugar, localizar las obras, en ocasiones inéditas y conocidas solo por menciones en el inventario post mortem o por antiguas fotografías. Por otra parte, desentrañar los criterios de Valdés y su forma de coleccionar, y saber por quién fue asesorado constituyen una valiosa aportación a la historia del coleccionismo español que queda recogida en los textos de los comisarios que se incluyen en el catálogo editado con motivo de la exposición.
Valdés y el Museo
En la colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao destacan siete obras procedentes de la colección Valdés, firmadas por Andries Daniels y Frans Francken el Joven, Juan Carreño de Miranda, Anton van Dyck, Leornardo Alenza, Vicente López, José Gutiérrez Solana y Robert Delaunay. Pero la relación de Valdés con el Museo alcanzó otros ámbitos, ya que participó en la custodia del patrimonio artístico durante la Guerra Civil, almacenado en el depósito franco de Uribitarte, y en esos mismos años fue designado vocal de su Junta.