Dirigida por Xavier Albertí (Lloret de Mar, 1962), director artístico del Teatre Nacional de Catalunya, cuenta en su elenco con Lluís Homar, Josep Maria Pou, Ramon Pujol y David Selvas.
Tierra de nadie tuvo una gran importancia para Pinter que, fallecido en 2008, pidió que en su funeral se leyera un fragmento en el que el escritor habla de la relación de uno mismo con sus fantasmas y la búsqueda de la redención.
En palabras de Xavier Albertí, «Tierra de nadie es el viaje ideológico más fascinante que ha dado el teatro contemporáneo respecto a la capacidad de vivir con una fortaleza que solo se consigue desde la autenticidad de uno mismo. La tierra de nadie es un terreno de ambigüedad e indefinición donde las identidades se ponen en peligro y, al mismo tiempo, se construyen».
Heridas pasadas
Dos antiguos amigos, Hirst (Pou) y Spooner (Homar), se reencuentran, después de 35 años, en el pub Jack Straw’s Castle, en el Londres de la década de los 70, en una noche marcada por el alcohol. Han olvidado todo lo que les unía antes de la Segunda Guerra Mundial y ahora volverán a abrirse las heridas de un pasado que necesita ser ordenado para no verse condenado eternamente a una esterilidad insalvable.
Pinter ofrece al espectador una de las reflexiones más lúcidas que ha dado el teatro sobre la función necesaria de la poesía en un mundo devastado que ya no puede permitirse creer en relatos simplificadores.
Relato de un funeral
[1]A petición del propio Harold Pinter, su funeral empezó con la lectura de este fragmento de Tierra de nadie:
«Podría incluso mostrarle mi álbum de fotografías. Podría incluso suceder que viera en él algún rostro que le recordara el suyo, lo que antes había sido. Podría ocurrir que viera rostros de otros, en la sombra, o mejillas de otros, dándose la vuelta, o mandíbulas, o nucas. U ojos, oscuros bajo sombreros, que podrían recordarle a otras personas que había conocido, que creía habían fallecido hace mucho tiempo. Pero de las cuales aún recibirá una mirada de reojo, si sabe enfrentarse al fantasma bueno. Acepte el amor del fantasma bueno. Ellos poseen toda aquella emoción… atrapada. Quítese el sombrero ante ellos. No le quepa la menor duda de que eso no los liberará, pero quién sabe… qué alivio… les dé quizás… quién sabe cómo pueden reanimarse… en sus cadenas, en sus jarrones de cristal. ¿Le parece cruel… apremiarlos cuando están sujetos, encarcelados? No… no. Profundamente, profundamente, desean responder a su tacto, a su mirada, y cuando usted sonríe, su alegría… es ilimitada. Y por eso le digo: tratemos a los muertos con la misma ternura con la que querríamos ser tratados, ahora mismo, en lo que describiríamos como nuestra vida».