Comisariada por Idoia Murga, profesora de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, la muestra pretende reflejar cómo en aquellos años, coreógrafos, bailarines, músicos, escritores, pintores y diseñadores encontraron en el escenario un espacio de intercambio sobre el que explorar con las estéticas más modernas y vanguardistas, tanto dentro como fuera de España.
La exposición, organizada conjuntamente con Acción Cultural Española (AC/E), cuenta con más de 300 piezas, incluyendo fotografías, libros, maquetas, vestuario, documentos y una selección de obra plástica que incluye creaciones de Salvador Dalí, Pablo Picasso, Ignacio Zuloaga, José Caballero y Julio Romero de Torres. También se pueden ver numerosos audiovisuales y una selección de vestuario de época pertenecientes a bailarines como Antonia Mercé, La Argentina, Vicente Escudero o Miguel de Molina.
[1]Entre los más de 50 prestadores de la muestra se cuentan el Museo Reina Sofía, el Museo del Teatro, el Institut del Teatre y Museo de Artes Escèniques, el Museo Sorolla, la Biblioteca Nacional y la Filmoteca Española. Y piezas inéditas del Archivo de la Residencia de Estudiantes y de colecciones particulares.
La llegada de Diaghilev
Poetas del cuerpo está estructurada en cuatro grandes ámbitos, que responden a criterios cronológicos. El relato se inicia en la bisagra de los siglos XIX y XX, para situar al visitante en el panorama cultural en el que se imbricaban la danza clásica y académica del Teatro Real de Madrid y el Liceo de Barcelona, así como otro tipo de vertientes escénicas, desde las variedades hasta el flamenco de los cafés cantantes.
Como explica Idoia Murga: «La llegada en 1916 de los Ballets Rusos de Diaghilev en la primera de sus giras por España constituiría un punto de inflexión en la historia de la danza, sirviendo de modelo colaborativo entre bailarines, literatos, músicos y pintores. La circulación de otras compañías extranjeras y las nuevas propuestas ofrecidas por creadores e intelectuales españoles supusieron el revulsivo necesario para el inicio de una danza nueva a mediados de los años veinte. Aunque en 1925 el cierre del Teatro Real afectó negativamente a la evolución de la danza clásica, que hubo de sobrevivir en otros escenarios y academias, el estreno en París de la versión para ballet de El amor brujo de Falla por Antonia Mercé, La Argentina, avanzaba las amplias perspectivas que su futura compañía abriría hacia el final de la década. Al igual que sus Ballets Espagnols, los estrenos de Vicente Escudero, Teresina Boronat o Joan Magrinyá lograron grandes éxitos con la colaboración de poetas, compositores y artistas visuales».
La muestra, además, dirige el foco hacia la presencia de la danza en el contexto de la Residencia de Estudiantes. La danza moderna se incluyó en los programas académicos de sus grupos femenino y masculino, mientras que la danza española estuvo presente en actividades y proyectos desarrollados por los círculos de residentes.
La amistad entre Federico García Lorca y Encarnación López, La Argentinita, la representación de la versión de El amor brujo o el proyecto frustrado del estreno de Clavileño, concebido por Maruja Mallo y Rodolfo Halffter, son algunos ejemplos de la memoria de aquellas danzas que habitaron los espacios de la Residencia.
Por último, la sección dedicada a los legados de la Edad de Plata tras la Guerra Civil hace las veces de cartografía inacabada de los caminos que siguieron aquellos protagonistas tanto en el exilio como durante los primeros tiempos del franquismo.