Un ambicioso programa, con cuatro exposiciones en cuatro museos de la ciudad [1], ofrece la oportunidad de sumergirse en la visionaria obra del maestro y descubrir cómo hoy sigue inspirando el talento más contemporáneo. El objetivo es demostrar que la obra de Ensor o le peintre des masques, como también le apodaban, va mucho más allá de las máscaras. En su obra se muestra transformador, a menudo con un guiño, a veces travieso y siempre innovador, precisamente las cualidades que le confieren su relevancia atemporal.
La muestra más ambiciosa es la que le dedica el KMKSA – Museo Real de Bellas Artes de Amberes [2]: Los sueños más salvajes de Ensor. Más allá del impresionismo. No hay que olvidar que fue gracias a un grupo de entusiastas acaudalados, así como a la determinación de sus conservadores, que el Museo posee desde la década de 1920 la mejor y más amplia colección del pintor, que ha ido creciendo poco a poco hasta atesorar 39 pinturas y 650 dibujos, entre las que se encuentran al menos diez obras consideradas maestras.
Esta retrospectiva ofrece una imagen exhaustiva de Ensor como artista de vanguardia no solo a través de la inmersión en su universo de visiones salvajes, máscaras y sátira, también junto a obras de artistas que le inspiraron y con los que quería medirse. Porque, por encima de todo, siempre quiso ser el mejor. Incluso cuando sus competidores eran Monet, Munch o los mismísimos El Bosco o Goya.
Como tantos otros pintores de vanguardia en torno a 1900, y aunque juzgaba el contenido de sus obras como demasiado inocuo, siente fascinación por los colores y las técnicas impresionistas, pero, al igual que algunos artistas europeos de renombre y otros mucho menos conocidos, pronto se alejaría del movimiento. La muestra se centra en explicar cómo un vanguardista belga quiso ir «más allá del impresionismo» para representar los «sueños más salvajes».
«Nunca antes se habían yuxtapuesto de esta manera obras de Ensor con las de otros impresionistas, y es precisamente este contexto internacional lo que permite apreciar aún más las cualidades específicas de su arte», destaca Luk Lemmens, presidente del KMSKA. Para el comisario de esta muestra, Herwig Todts, «su enfoque único permite seguir su extraordinario desarrollo artístico. Nunca antes se han estudiado de esta manera su técnica, temas y, sobre todo, su turbulenta trayectoria. Vemos que Ensor no busca la esencia del arte; su esencia es precisamente esa imprevisibilidad caprichosa que lo lleva a explorar constantemente nuevos caminos».
Ambición
A Ensor no le faltaba ambición. Quería ser el principal artista de la vanguardia belga. Lo intentó introduciendo el impresionismo francés en su obra. Sin embargo, su conocimiento real de éste era más bien superficial. Pero ello no le impidió desarrollar su propia versión entre 1880 y 1885. El escritor Émile Verhaeren llegó a comparar al joven Ensor con Édouard Manet. Para Verhaeren, su arte era igual de revolucionario, aunque la obra de sus primeros años se inspiraba más en el realismo de Gustave Courbet y Jean-François Raffaëlli. En esto, Ensor era también claramente un admirador de Rembrandt.
En 1886, Ensor sacó a relucir su obra impresionista. En el Salón de Invierno del círculo vanguardista Los XX comparó sus propios lienzos, como El salón burgués (1881), La comedora de ostras (1882) y La calle de Flandes al sol (1881), con otras de los consagrados impresionistas franceses Degas, Renoir y Pissarro. También tuvo la ocasión de estudiar los paisajes de Monet, que le aportaron, además de una nueva técnica, una brillante paleta de colores que nunca antes había utilizado. Con Odilon Redon conoció, además, un lenguaje visual oscuro y fantástico.
Pero fue también en aquel Salón donde decidió cambiar de rumbo. El punto de inflexión que, tras esta etapa inicial, le irá dotando de una voz propia, única y rotunda.
Nuevas reglas
En 1887 pintó Adán y Eva expulsados del Paraíso (KMSKA) y dibujó La tentación de san Antonio (Art Institute Chicago). Estas obras fueron clave y marcaban el inicio de su nueva aventura.
Al igual que con los impresionistas, la pintura pasó sin mezclar del tubo al lienzo y las sombras de colores terrosos desaparecieron definitivamente. Solo él sabía dar a esos colores una fuerza expresiva propia con los matices más delicados. Hasta ese momento había sido un artista que evitaba constantemente lo establecido. Pero el nuevo Ensor dejó de romper las reglas del juego, simplemente las reescribió. Se podría decir que tiró por la borda su estilo contenido para volverse salvaje.
En el marco del Ensor Research Project [3], el KMSKA ha podido reconstruir el proceso de creación de Adán y Eva expulsados del Paraíso, en el que se advierte a Ensor intentando escapar de las limitaciones del impresionismo, el arte de los que él mismo ya calificaba como «des brosseurs superficiels» (los de las pinceladas superficiales). En su composición recupera motivos visuales de un abanico de fuentes muy dispar: una composición de John Martin, imágenes de publicaciones paleontológicas, los frescos de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, la Caída de los ángeles rebeldes de Rubens y el Mensaje a los pastores de Rembrandt. Su imaginación desbordante le relaciona sorprendentemente con artistas como el noruego Edvard Munch o el sueco Ernst Josephson.
Además, cultivó su preferencia por unas formas notablemente caprichosas. Con una iconografía grotesca, graciosa y terrorífica a la vez, evocaba imágenes hilarantes y diabólicas que solo aparecen en los sueños más descabellados. Hacia finales del siglo XIX desarrolló una nueva visión del bien, del mal, de la lujuria y de la pasión. Su interés por las acciones más infernales de la humanidad encajaba a la perfección con este punto de vista.
Ciclo cerrado
Aun así, y aunque Ensor exploró otros muchos caminos en cuanto a contenido y forma a lo largo de su vida, su interés por las posibilidades del impresionismo fue persistente y duradero, lo que se aprecia sobre todo en los bodegones de su producción tardía, que evocan con fuerza la estética de Renoir.
De hecho, con La comedora de ostras y otras obras tempranas inspiró a artistas más jóvenes de Bruselas, como Rik Wouters. Seguían su ejemplo a la hora de conciliar estructura y color en sus obras. A su vez, en torno a 1910, Ensor retomó el hilo de una serie de obras antiguas y, al hacerlo, aplicó el estilo con el que él mismo había inspirado a sus homólogos más jóvenes, cerrando de esta forma el ciclo.
En 1892, la iconografía decadente favorita de los simbolistas europeos inspiró a Antonin Alexandre a abrir en Montmartre el Cabaret de l’Enfer junto al Cabaret du Ciel. En la sección Más allá del impresionismo se muestra la relación entre este mítico Cabaret del Infierno, el Christ aux outrages (1891) de Henri Degroux y La caída de los ángeles rebeldes (1889) de Ensor.
Por otra parte, el renacimiento del interés profano por san Antonio inspiró al pintor para crear toda una serie de pinturas y dibujos. Y es que el santo se enfrenta precisamente a las tentaciones con las que sueñan los burgueses modernos.
La tentación de san Antonio (1887), un dibujo monumental -179,5 × 154,7 cm y 51 piezas- en formato collage sumamente complejo y casi surrealista, parece fruto de una intoxicación creativa. En numerosas partes y cientos de detalles anticipa la posterior fantasía grotesca de Ensor. El análisis de este icónico dibujo y de su génesis creativa constituye, por derecho propio, un aparte de la exposición.
Criaturas irreales
Ensor siempre sorprendía contrastando lo jocoso y lo siniestro, lo sofisticado y lo salvaje, los acogedores salones burgueses y los aterradores esqueletos, en un mundo impregnado de amarga sátira. En última instancia, todo ello condujo a su contribución más notable al nacimiento del arte moderno.
Empezó a pintar cuadros con criaturas irreales enmascaradas. La verdad es que a finales del siglo XIX otros autores también pintaban máscaras y que, entre ellos, Ensor se encontró con artistas afines, como Emil Nolde. Pero casi todos solían utilizar la máscara como elemento decorativo o como forma de ocultar la identidad. Con Ensor, en cambio, las máscaras revelaban la verdadera personalidad de la persona. Este fue precisamente su hallazgo y lo aplicaba de forma muy radical, hasta convertirse probablemente en el pintor con más cuadros de máscaras de la historia.
Por otra parte, como la obra de James Ensor y de los simbolistas suele ser considerada el fruto lógico de personalidades atormentadas, se tiende a subestimar su aspecto humorístico. De hecho, su obra está impregnada de incoherencia, fumisterie y Zwanse típicas de finales del siglo XIX, formas de humor burlón muy en boga en los círculos bruselenses y parisinos de aquella época.
En suma, la visión que Ensor tenía de la humanidad evolucionó de desenfadada a pesimista, pero también era lírica e hilarante a la vez. Por eso, Los sueños más salvajes de Ensor. Más allá del impresionismo muestra su lado más satírico sin tapujos.
– Descubra todo lo que ha preparado Amberes para celebrar el Año Ensor [1]
Pionero
James Ensor pertenece al grupo de artistas europeos de vanguardia que liberaron a la pintura del heroísmo romántico y de las apariencias. Su visión de la humanidad es a veces desenfadada, a menudo pesimista, pero con la misma frecuencia lírica e hilarante.
Al utilizar las herramientas visuales del artista, la forma y el color, de forma autónoma, creó imágenes en las que la representación de la realidad quedaba en un segundo plano. Ensor es un revolucionario, y su arte es indispensable para entender la aparición y el desarrollo del modernismo durante el siglo XX.
En la actualidad, los artistas utilizan sin reservas, de una manera paralela e indistinta, todo tipo de medios. Esta también podría ser la descripción de la actividad de Ensor. Su diversidad creativa no se limitó a la pintura; también incursionó en la música y la literatura. Antes que nada era, por supuesto, un artista visual. Pero en este campo también se dedicará, en casi cada proyecto hasta la vejez, a probar constantemente nuevos temas, géneros, estilos y técnicas.
Antes del cambio de siglo, su obra ya era conocida en los círculos literarios franceses. Jean Lorrain se inspiró en él para evocar en dos novelas el mundo de los estetas decadentes. Después de 1900, los artistas alemanes de vanguardia (como Paul Klee, Emile Nolde, Erich Heckel o Stefan Zweig), los marchantes y los entendidos descubrirán en Ensor al pionero de un lenguaje visual modernista.
Poco más tarde, los museos alemanes coleccionarían obras suyas, tanto grabados como pinturas. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, el Museo de Arte Moderno de Nueva York hizo lo mismo. Por entonces, Ensor ya no era un «artista de artistas», un héroe de culto para un pequeño público muy exigente. Se había convertido en un mito.