«Auténtico paradigma de la ópera italiana romántica –recuerda Joan Matabosch, director artístico del Real–, Lucia di Lammermoor es el drama lírico más célebre de la extensa producción de Donizetti, el que le abrió las puertas de París y casi el único que se mantuvo en el repertorio antes de la llamada Donizetti Renaissance que, a partir de 1950, puso fin a décadas de olvido de la mayor parte de las obras del compositor».
Lucia es una joven huérfana, desequilibrada y soñadora, enamorada de Edgardo, enemigo de la familia, odiado por su hermano, que le incita a casarse con un noble adinerado para salvarlos de la ruina. Para ello, con la complicidad del capellán y las malas artes de su guardián, hace creer a Lucia que su enamorado la ha traicionado. Empujada a firmar el acta matrimonial, la joven, rota por el dolor y presa de la locura, asesina a su esposo en la noche de nupcias, enajenada en una especie de ensoñación angelical que culmina con su muerte y el posterior suicidio de su amado.
Con esta historia truculenta y el oficio, brillantez y fecundidad característicos de Donizetti, la partitura fluye, arrolladora, alternando el trepidante ritmo del drama con largas suspensiones de la acción teatral, en las que los protagonistas expresan sus sentimientos con gran aliento expresivo y una escritura vocal llena de artificios, muchas veces en beneficio de la caracterización psicológica de los personajes.
Así, la extrema dificultad de la coloratura y los registros agudos y endemoniados del papel de Lucia dan a su carácter un aura irreal y onírico que inmortalizaron cantantes como Maria Callas, Leyla Gencer, Joan Sutherland o Edita Gruberová, que interpretó el papel en el Teatro Real en 2001, junto a José Bros, con dirección musical de Friedrich Haider y escénica de Graham Vick.
Para dar consistencia dramatúrgica a esta trama hiperbólica, David Alden (Alcina y Otello) sitúa la ópera en un decadente sanatorio victoriano diseñado por el escenógrafo Charles Edward, que se inspiró en la antigua residencia del médico británico John Langdon Down, descubridor del síndrome de Down. En una atmósfera siniestra y claustrofóbica, los dos hermanos mantienen una relación enfermiza, en la que todo parece suceder en un ambiente espectral, con reminiscencias de la literatura fantástica de Edgar Allan Poe.
Encabezan los dos elencos la estadounidense de ascendencia cubana Lisette Oropesa (Rigoletto) y la rusa Venera Gimadieva (La traviata, I puritani, y El gallo de oro), que actuarán junto a los tenores Javier Camarena (La fille du régiment, I puritani y La favorite) e Ismael Jordi (L’elisir d’amore y Roberto Devereux), secundados por los barítonos Artur Rucinski y Simone Piazzola (Enrico Ashton), los bajos Roberto Tagliavini y Marko Mimica (Raimondo Bidebent), el tenor Yijie Shi (Lord Arturo Bucklaw), la mezzosoprano Marina Pinchuk (Alisa) y el barítono Alejandro del Cerro (Normanno).
Daniel Oren, gran especialista en obras belcantistas, estará al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
– Semana de la Ópera (del 2 al 8 de julio). Lucia di Lammermoor será retransmitida el 7 de julio a las 21.30 h en museos, teatros, centros culturales, plazas, parques, auditorios y ayuntamientos de toda España y también en Facebook Live, Palco Digital y Opera Vision.
En apenas un mes
Basada en la truculenta novela histórica de Walter Scott The Bride of Lammermoor, que Salvatore Camarano transformó en libreto, la ópera es el epítome del melodrama romántico: emociones exacerbadas, amores imposibles, conflictos ancestrales, espacios espectrales, duelos, traiciones, locura, muerte, etc. Donizetti compuso la música en apenas un mes, influenciado por el triunfo de I puritani, de su rival Vincenzo Bellini, cuya ópera tiene también una estremecedora escena de locura y una premonitoria tempestad. (En el Teatro Real Javier Camarena fue el protagonista de I puritani en 2016 y lo es ahora también, en la ópera de Donizetti, debutando el papel de Edgardo).
Para Joan Matabosch, «la puesta en escena de David Alden recupera el tono terrorífico y asfixiante de la novela original de Walter Scott y de aquel Romanticismo primigenio, ese que Octavio Paz definía como algo que iba mucho más allá de un movimiento literario. El Romanticismo fue asimismo –escribió Paz– «una moral, una erótica y una política. Si no fue una religión fue algo más que una estética y una filosofía: una manera de pensar, sentir enamorarse, combatir, viajar. Una manera de vivir y una manera de morir». Mucho antes de convertirse en la adocenada caricatura de sí mismo que nos hemos acostumbrado a revisitar siempre con los mismos clichés».