Para Yolanda Sánchez Fernández e Isabel Fernández Suárez, promotoras de esta iniciativa [1], «la belleza de su obra sobre la ciudad y su gente y la desgarrada sinceridad de su relato sobre la Guerra Civil en Madrid justifican recordar y recuperar el espíritu humanista y reconciliador de Barea».
«Periodista accidental, escritor por necesidad, sindicalista de corazón y, aunque se lo negaran, español allá donde le llevó el exilio, Barea es un madrileño por derecho propio. Nuestro reconocimiento no lo es solo a la calidad literaria de su obra, sino, además, al valor histórico y la honradez de su testimonio para entender el siglo XX de nuestro país y de Madrid. Quienes no están dispuestos a ganar a cualquier precio merecen ser recordados. Nunca deja de ser necesario».
La Plaza de Arturo Barea denomina a partir de ahora el espacio conocido popularmente –realmente no tenía nombre– como Plaza de Agustín Lara [2], situado en las confluencias de las calles de Sombrerete y Mesón de Paredes, frente a las Escuelas Pías en las que fue alumno el autor de La forja de un rebelde.
La colocación de la placa de Arturo Barea en la plaza que a partir de ahora llevará su nombre se convirtió en un acto-homenaje que contó con la presencia de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. “Gracias a todos por movilizar al Ayuntamiento para alcanzar lo que hoy tenemos, una plaza, un recuerdo, un homenaje al autor cuya obra conmovió a toda una generación”, ha afirmado la alcaldesa, que ha recordado que “los que nacimos en el franquismo tuvimos que ir encontrando a los científicos, escritores o políticos que se habían ido. Seamos conscientes de la importancia de las palabras, sus palabras escritas y sentidas que nos han ayudado a abrir la imaginación. Arturo –finalizó Carmena– te quedas siempre para nosotros aquí, en Madrid”.
Gente e historia
Hispanistas, periodistas y escritores españoles y británicos como William Chislett, Paul Preston, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo y Javier Marías, entre otros, ya habían homenajeado a Barea en Faringdon (Inglaterra), donde murió en el exilio, restaurando su lápida y colocando una placa en el pub que frecuentaba, The Volunteer. Para las impulsoras de esta iniciativa, «nos parece justo hacerlo en Madrid: dar a Barea una calle en el barrio del ‘Avapiés’ o del centro histórico, escenario de su obra. Las páginas de La forja de un rebelde son un canto enamorado a su gente y a su historia»:
“Si resuena el Avapiés en mí, como fondo sobre todas las resonancias de mi vida, es por dos razones:
Allí aprendí todo lo que sé, lo bueno y lo malo. A rezar a Dios y a maldecirle. A odiar y a querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal como es. Y a sentir el ansia infinita de subir y ayudar a subir a todos el escalón de más arriba. Ésta es una razón.
La otra razón es que allí vivió mi madre. Pero esta razón es mía”.