Los dibujos se suceden entre lo surrealista y lo grotesco, aferrados a su sentido del humor y a la autoparodia que centra en sí mismo la burla con la que retrata a martillazos a la sociedad. Para ello, en ocasiones introduce elementos cómicos, mostrándose irónico consigo mismo, en otras, la obra se extiende a un contenido sexual más explícito y en algunos de ellos se crean atmósferas inquietantes al mezclar lo cotidiano con lo soñado.
Víquez es una artista fuera de formato, ya que habitualmente cambia sus herramientas y dispositivos, alternándolos, pasando indistintamente del dibujo a la instalación, el vídeo, la actuación musical o el ready-made. Desde su perspectiva de outsider profundiza en las contradicciones de la sociedad y de la humanidad en una busqueda, irónica y a la vez crítica, de nuevos modelos narrativos.
Peregrinaje interior
No es la primera vez que Marcelo Víquez acude a su biografía para desarrollar sus inquietudes creativas, interrogándose de un modo tan lúcido como crudo sobre ese peregrinaje personal e interior que de manera recurrente planea sobre su propia búsqueda como artista. De hecho es un rasgo identificativo de su obra trabajar sobre sí mismo, sobre su intimidad, fobias o filias, concentrando así sus esfuerzos en una narrativa tan plástica como efectiva que apenas hace concesiones.