Esta muestra presenta un recorrido cronológico por las diferentes etapas en la vida artística de la pintora santanderina, y pone de relieve la riqueza simbólica, el compromiso social, la complejidad formal y el carácter innovador propios de su trabajo, que no fue suficientemente valorado en un contexto cultural que entonces creía en la inferioridad artística femenina. Pintora comprometida con su modo particular de vivir y de crear hasta el final, Blanchard traspasó los límites de los estereotipos de género.
La combinación de elementos geométricos y una hábil simultaneidad de puntos de vista dan un carácter único tanto a las imágenes más abstractas de su primera época como a sus composiciones figurativas poscubistas. Su repertorio temático de maternidades, escenas domésticas, niños o mujeres trabajadoras refleja una sentida preocupación femenina por la vulnerabilidad de la condición humana y el poder evocador de las emociones.
Blanchard nació en 1881, el mismo año que Pablo Picasso, en el seno de una familia acomodada y culta. Con 22 años inicia sus estudios de arte en Madrid, en el ambiente académico conservador propio del siglo XIX español. Su obra de formación se centra en el retrato amable y detallado de los seres queridos, las temáticas costumbristas tan de moda en la España finisecular –como la construcción ficticia de la imagen sensual y salvaje de «la gitana»– o las recreaciones románticas de escenas de la mitología.
En 1909 viaja a París, donde se enfrenta cara a cara con la radicalidad estética de las vanguardias tal como se están desarrollando en diversas ciudades de Europa. Allí entra en contacto con los protagonistas del nuevo arte, como los españoles Pablo Picasso o Juan Gris, los latinoamericanos Diego Rivera o Vicente Huidobro, o la rusa Marie Vassilieff.
Ocasión única
Entre las obras prestadas para la ocasión destacan La comulgante (1914), La dama del abanico (1913-1916), La boloñesa (1922-1923) y La echadora de cartas (1924–1925). Asimismo, el pastel sobre papel Joven en la ventana abierta (1924) es la primera vez que se expone fuera de Reino Unido, tras su adquisición por la Courtlaud London en la década de 1930. La exposición acoge también dos obras nunca antes expuestas, El almuerzo (1922) y La niña de la pulsera (1922-1923).
Participa en la primera exposición «cubista» en Madrid, organizada en 1915 por Ramón Gómez de la Serna, en la que su obra recibe una feroz crítica machista. Decepcionada ante la desolación artística y el peso de la tradición y el academicismo imperante en la escena madrileña, la pintora deja España para siempre. Regresa a París en verano a buscar los aires de renovación y los cenáculos de experimentación que por aquel entonces habían convertido a la ciudad en indiscutible centro internacional de la nueva cultura visual.
Es entonces cuando se une decididamente al grupo de artistas afiliados a la aventura cubista, que había nacido en la capital francesa por obra y gracia de un pequeño círculo improvisado, una década antes de que el movimiento llegara a ser un discurso teórico sistematizado y convertido en proclama y soflama por un número de pintores tan extenso que acabaría teniendo difusión mundial. Esta parte esencial de su legado pictórico, aun siendo corta en el tiempo, la convierte, sin duda, en una de las más importantes actoras internacionales del movimiento.
Su tránsito creativo de rigurosa, aunque versátil, fidelidad al cubismo como opción finaliza hacia 1921. Así, La comulgante, pintado alrededor de 1914 en Madrid, aunque expuesto en el Salón de los Independientes parisino en 1921, puede calificarse hoy de cuadro programático, ya que marca un punto de inflexión en su trayectoria, que se decantará en el transcurrir de los años veinte definitivamente hacia lo figural, al recuperar su trabajo un marcado carácter literario.
La tercera fase de su obra, poscubista, subraya su profunda preocupación por la condición humana y las emociones en el mundo cotidiano femenino e infantil, abordando temáticas de género, étnicas, identidades nacionales y clase social. Aspectos estos que se ven reforzados pictóricamente por un pulcro dominio técnico y un estudioso interés por la historia y la tradición de la pintura española, francesa o flamenca.
La obra de Blanchard es radical porque fue el fruto de un ejercicio creativo de resistencia a las convenciones hegemónicas de la modernidad de su época. Se trata, pues, de una figura en un sistema del arte dominado por un tipo de masculinidad heroica que, para creadoras como ella, pintora de la tristeza femenina por excelencia, que deseaban plasmar modos alternativos de expresividad, significó renuncia, silencio y exclusión.
Con esta muestra, patrocinada por la Fundación Unicaja, el Museo Picasso Málaga continúa en su línea de reivindicación de las mujeres artistas del siglo XX, tras anteriores exposiciones dedicadas a Sophie Taeuber-Arp (2009), Hilma af Klint (2013), Louise Bourgeois (2015); Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo (2017) y Paula Rego (2022).
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