La muestra Martín Chirino. Afrocán. El oráculo del viento, también comisariada por González y realizada con la colaboración de Fundación ”la Caixa”, incluye esculturas, dibujos, fotografías, objetos de arte africanos y obras internacionales que contextualizan estos trabajos de Chirino y todo tipo de documentos que aluden al periodo en que la dictadura franquista languidecía en España.
En ese tiempo, el artista participó activamente en la elaboración del Manifiesto de El Hierro y firmó el Documento Afrocán, ambos datados en 1976, pocos años después de haber concebido la escultura Oölogy-el Afrocán (1973), cimiento de esta serie en la que el óvalo representaría la soledad del hombre contemporáneo, moldeando un oráculo-espejo en el que se refleja, en palabras del comisario, “la propia identidad en la radical otredad”. El otro no difiere de uno mismo, y es esa voz y la herencia común lo que puede emerger en periodos de renacimiento y apertura tras años de oscuridad.
Entre la máscara y el espejo
La serie Afrocán, con su enigmática configuración entre la máscara y el espejo, es el vínculo que el escultor traza en medio del conjunto de su producción artística para convocar un espacio de comunicación y reflexión entre sus islas y África. Forjado entre dos mundos, siente la necesidad de escudriñar la identidad propia en las culturas que están al otro lado del mar. La espiral, símbolo ancestral de la cultura aborigen y emblema de la obra de Chirino, despliega su voz, a modo de oráculo, en el interior de estas máscaras para proclamar una herencia común.
El primitivismo se presenta aquí desde diversos ángulos, en la mirada de la cultura clásica y también en las interpretaciones de las vanguardias del siglo XX, que pusieron en cuestión la representación del cuerpo humano heredada del Renacimiento.
Sin embargo, González deja claro que la búsqueda de raíces que caracteriza esa etapa tan fructífera en Chirino -a la que se entregó especialmente entre 1975 y 1980- lo lleva a vincularse con lo primitivo tanto desde el linaje pictórico y escultórico europeo como desde otra pertenencia. Su quehacer no es un mero “revival primitivista”. El propio artista lo explicaba así: “Sentí que pertenecer a un lugar era reafirmar mis raíces y recuperar una historia, para mi pueblo, tal vez. La latitud del archipiélago me hace sentir la cercanía del arte africano. En el afrocán se adivina la imagen de las máscaras africanas por las que sentía gran admiración y que, con la espiral canaria como base, me adentra en una nueva escultura diferente”.
La Enciclopedia Martín Chirino –que prevé otros 16 capítulos– contribuye a contextualizar la obra, el pensamiento, los períodos e iconografías del maestro, que comenzó con Reinas Negras, escrito por Alfonso de la Torre, y prosigue ahora con Afrocán.
Jesús M. Castaño, director de la Fundación Martín Chirino, destaca que el autor de esta nueva monografía ha explorado en ella «aquellos puntos en común en donde el origen de la trayectoria de Chirino coincide con la reflexión del quehacer y origen cultural de las islas y su mirada a África desde planteamientos de nuestra cultura clásica; un concepto de africanidad asumido desde mitos europeos». Para Castaño «resulta brillante la aportación de González, desviándose de la narrativa tradicional al resituar a Canarias fuera de los patrones más insularistas».
De Canarias al mundo
Opinión | Carlos del Águila, director
Hay museos capaces de transformar una ciudad. Para que este milagro suceda es fundamental que detrás de un buen proyecto artístico haya una personalidad realmente única. Por citar un ejemplo, ahí tenemos el Museo de Arte Abstracto Español [1], un verdadero revulsivo que sacó a Cuenca de su letargo gracias al impulso de Fernando Zóbel.
En Las Palmas de Gran Canaria hay un museo que casi ha logrado esa proyección global, si es que no la ha conseguido ya, hablamos del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) [2], y otro tiene todos los mimbres para conseguirla, la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino [3]. Curiosamente (o no), en el origen de ambos (y también en cierto modo en el museo conquense) está Martín Chirino (Las Palmas de Gran Canaria, 1925 – Madrid, 2019).
Pero la labor de una gran persona no basta (Ars longa vita brevis) para que un proyecto de esta naturaleza se consolide y se convierta en parte indisociable de la ciudad que lo acoge. En el caso de la Fundación Chirino cuenta con sólidos cimientos: una sede excepcional -el Castillo de La luz, fortaleza del siglo XV restaurada y adaptada admirablemente por Nieto-Sobejano-; una colección magnífica del maestro grancanario y un excelente equipo profesional.
«Concibo mi Fundación como un organismo vivo de difusión artística y cultural; una plataforma integral para la reflexión y el debate», así definía el artista a la institución que soñaba. Quizá ha llegado el momento de que las instituciones que tuvieron la valentía de apostar por este proyecto único, y más aún, la misma sociedad isleña a la que tanto puede beneficiar, reafirmen su apuesta dotando a éste y otros centros culturales de recursos suficientes. En el horizonte, la posibilidad de convertir a esta gran ciudad atlántica en un polo de atracción cultural reconocido en el mundo. El coste, nimio frente a lo ya conseguido.