El periplo vital y creativo de Chirino (Las Palmas de Gran Canaria, 1925) comenzó en las grandes playas de su ciudad natal, pasó por una formación en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) durante la dictadura, una juventud entre Francia, Italia y Reino Unido, y una prolongada estancia en Nueva York. Miembro del grupo El Paso, también dejó huella en las instituciones como presidente del Patronato del Círculo de Bellas Artes o director del Centro Atlántico de Arte Moderno.
En esta muestra se da una circunstancia excepcional, como apunta el autor del texto que acompaña al catálogo, Francisco Calvo Serraller, el hecho de que un artista de 93 años presente una exposición con tal número de obras de reciente ejecución.
Entre las esculturas destaca la titulada Alfaguara. Un arco para el mundo II, fechada en 2005, una monumental pieza de diez metros de longitud; Sueño de la Música, una guitarra de reminiscencias cubistas; la Cabeza de Jano, también de 2017; las dos versiones de Aeróvoro, realizadas respectivamente en 2015 y 2016, y El viento, de 2015, las tres en hierro forjado.
Los 29 dibujos presentes en la muestra pertenecen a un cuaderno fechado en 1973, que ahora, 45 años después, se exponen por primera vez. En ellos son reconocibles muchas de las formas que luego fueron trasladadas a las tres dimensiones.
En palabras de Calvo Serraller
La vida y la obra de Martín Chirino se ha caracterizado por un equilibrio entre el cosmopolitismo y una identidad creativa de fuerte carácter teórico que hunde las raíces en su archipiélago natal, en sus mitos, su primitivismo, sus símbolos. Sus espirales, perfectamente reconocibles, inseparables ya de su nombre, son una parte importante de esta cosmología propia.
En palabras de Calvo Serraller, «la filiación escultórica de Martín Chirino no pudo encontrar mejor estirpe al apostar por la senda marcada por Picasso y Julio González, que alumbró a los mejores de la vanguardia de entreguerras, como David Smith, Calder o Giacometti, pero que impulsó también a los escultores de después de la Segunda Guerra Mundial, como, entre otros, el británico Anthony Caro y los españoles Oteiza y Chillida. ¡Buena y muy exigente compañía! Pero lo relevante del empeño de Chirino fue hallar en ese rico y feraz contexto su personal cuño desde el punto de vista simbólico y formal. Simbólicamente, porque supo explorar dentro del sustrato antropológico de su peculiar tierra natal, emplazada geográficamente a un paso del continente africano, pero en la ruta que une Europa con América; formalmente, por su querencia por las figuras que se repliegan y despliegan en el espacio, que se desenvuelven con energías centrípetas y centrífugas, un poco en la dirección moderna que implantó el genio de Borromini. Dotando a sus estructuras metálicas de ritmos helicoidales muy dinámicos, sus esculturas alcanzaron un original sello personal, que le distinguen entre quieres trabajaron en una dirección constructivista durante la segunda mitad del pasado siglo XX».