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Canto visual a las emociones encontradas

Desde su primera instalación, Velum protector II. Madre jardín, ubicada en el pórtico del Museo, Córdoba teje una narrativa visual y emocional que recorre las salas, combinando elementos naturales y materiales simbólicos que remiten a la protección y el cuidado. El manto azul de esta instalación se convierte en el epicentro de la muestra: un espacio de acogida, un refugio que evoca el hogar original entre madre e hijo, protegiéndolos del vacío del mundo exterior.

El recorrido expositivo, que incluye fotografía, vídeo, dibujo e instalación, se presenta como un viaje por las diferentes facetas del maternar. La serie fotográfica Cyclus Lunaris Vitae, expuesta en la Sala XXIX Galería, invita a reflexionar sobre los ciclos vitales desde la fertilidad y la esperanza hasta el miedo y la desaparición.

Las imágenes, impresas en delicado papel japonés, ofrecen una estética cargada de poesía, donde cada detalle parece haberse tejido con el hilo invisible de la vida. En esta misma línea, en la Sala X de Arte Invitado, Lactea explora los claroscuros de la maternidad, porque hablar de ella es entender su propia contradicción y porque la crianza implica una pérdida de control físico y emocional.

Mujer creadora

La exposición ha sido comisariada por Zara Fernández de Moya, quien ha trabajado junto a la artista en la creación de un diálogo simbólico no solo entre las obras, sino también con el propio espacio del Museo. En ella, Soledad Córdoba reflexiona sobre la construcción de la maternidad a través de imágenes que transitan desde su representación más habitual de cuidados y protección, hasta aquellas que muestran el miedo o el cansancio durante la fase de crianza. Porque, para ella, la maternidad es una experiencia transformadora y, por ello, trasciende en su obra las ideas arquetípicas de lo maternal y protector para incluir otros aspectos como el agotamiento, las cargas, los miedos, las pérdidas o las identidades que aparecen y desaparecen durante la crianza.

 

La exposición culmina en la Sala XXIII en un diálogo atemporal con las maternidades flamencas de la colección permanente del Museo. Destaca especialmente la obra La Virgen Sitial de Mármol (siglo XVI), cuyo reverso es una calavera, subrayando el ciclo de vida y muerte que Córdoba aborda con Ex Utêrus, una pieza clave de la muestra. Esta escultura de barro, adornada con perlas, representa el vientre como vasija, ahora vacía tras el parto, simbolizando la amputación emocional y física de la maternidad, ese vacío primordial que nos enfrenta con la propia existencia.

A lo largo de toda la muestra, la artista recurre a elementos que ya estaban presentes en sus trabajos anteriores, pero que reinterpreta bajo una luz nueva, más íntima y personal. Las perlas, los velos protectores, los cristales azules y los exvotos que cuelgan de su collar-talismán reaparecen aquí como símbolos de protección y transformación. Córdoba mezcla lo ritual con lo autobiográfico, invitando al espectador a unirse a este viaje donde el cuerpo materno se convierte en un espacio de creación y renacimiento, pero también de sacrificio.

Mater Oblatio no es solo una exploración estética de la maternidad, sino un homenaje a la mujer creadora, a su capacidad de guiar, cuidar y transformarse, presentándola con la dignidad y los honores que merece. O, como señala la propia autora, «un canto visual a los sentimientos y las emociones encontradas».


Esta exposición ha sido organizada por Museos Estatales del Ministerio de Cultura en su línea de trabajo de promoción del arte contemporáneo.

Simbolismo

Zara Fernández de Moya y Soledad Córdoba. Foto: © Luis Domingo.

Soledad Córdoba (Avilés, 1977) es artista visual y doctora en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. A lo largo de su carrera ha explorado temas que oscilan entre lo real y lo imaginario, utilizando la fotografía como medio principal para investigar el cuerpo, el dolor, los procesos de sanación y los estados del alma. Su obra se caracteriza por una profunda carga simbólica, en la que la naturaleza y el paisaje juegan un papel esencial, invitando al espectador a la reflexión sobre la fragilidad y la fuerza de la experiencia humana.