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Un escultor prodigioso

La muestra, comisariada por Gloria Moure y organizada en colaboración con el Museo Medardo Rosso [1], no sigue una secuencia cronológica, sino que se centra en los grupos escultóricos más destacados que realizó a lo largo de su trayectoria y hace hincapié en la idea que él mismo tenía de su obra; esto es, que se trataba de una práctica en la que debía retomar una y otra vez el trabajo sobre las mismas piezas, otorgándoles un sentido distinto en cada ocasión.

Durante los primeros años de su trayectoria, Rosso realizó obras más del gusto del mercado, pero a partir de 1883 comenzó a explorar un nuevo tipo de trabajo en el que prima la creación como proceso y que se aleja de la representación mimética de la realidad circundante. En estas obras se centra Medardo Rosso. Pionero de la escultura moderna: piezas revolucionarias y libres que adelantaron, con mucho, las ideas de los grandes escultores del siglo XX.

Continuum

A partir de un cierto punto de su trayectoria, Rosso trabaja durante cerca de veinte años en variaciones y repeticiones de una misma obra, ya sea en escultura o fotografía. Hace distintas versiones de un mismo tema en cera, en bronce y en yeso. Cada una de ellas es distinta a la precedente, aunque nazcan de una primera impresión. Se convierte en un continuum espacial como proceso creativo que el artista deja abierto a los ojos del espectador.

 

Conocido por sus obras protagonizadas por individuos comunes, a menudo humildes y marginales, nuestro protagonista fue uno de los artistas que, en el cambio del siglo XIX al XX, contribuyó a liberar la escultura del peso de la tradición académica. Uno de sus objetivos fue captar las distintas condiciones del ser humano: la alegría, la tristeza o el desamparo. Frente a la escultura de inspiración clásica, concebida como expresión de lo inmutable a través de la masa y el volumen, él diluye los perfiles de sus figuras tratando de captar la expresión de las emociones, en un proceso creativo que explora una y otra vez las diferencias (de luz, de punto de vista, de materialidad…) de esculpir una determinada figura.

Instalado en París desde 1889, mantuvo un estrecho contacto con intelectuales y artistas y se aproximó estrechamente a la fotografía, hasta el punto de incorporarla como una práctica más de su forma de trabajar, pero su trayectoria en la capital francesa quedó siempre ensombrecida por la poderosa influencia de Rodin, hasta el punto de que, a la muerte de éste, Apollinaire escribiría: «Rosso es ahora, sin lugar a duda, el más grande escultor vivo. La injusticia de la que este prodigioso escultor siempre ha sido víctima no está siendo reparada».

Incomprendido

Profundamente incomprendido en su época, aunque apreciado por aquellos que estaban a la vanguardia, la obra de Rosso se nos presenta hoy en día sumamente renovadora y adelantada a su tiempo. El artista, que prefirió abandonar Italia y huir del academicismo en busca de un horizonte cosmopolita en Francia, fue un visionario que, con su trabajo de carácter más experimental, justamente en el que se centra esta muestra, planteó una ruptura con la tradición que predominaba en la Europa de entre siglos.

Medardo Rosso falleció el 31 de marzo de 1928 en Milán, aquejado de diabetes. Sobre su tumba se instaló una versión en bronce de su Ecce Puer. En 1929, su único hijo, Francesco, proyectó hacer en Barzio, cerca del lago de Como, un museo que albergara sus obras en un edificio de 1600 que es hoy el Museo Medardo Rosso.