La artista británica de origen palestino centra su interés en la creación de unas piezas que, no obstante su forma simple y reduccionista, impactan emocional y psicológicamente en el espectador. Deliberadamente incorpora a sus obras unos estratos paradójicos de significado generadores de una ambigüedad y ambivalencia que hacen posible lecturas diversas y contradictorias. Con frecuencia recurre a materiales atractivos y seductores con los que crear objetos e instalaciones sugerentes pero que, vistos de cerca, permiten atisbar bajo su superficie un trasfondo de amenaza o de peligro.
Nada más entrar en la exposición, comisariada por José Miguel G. Cortés, aparece Búnker (2011), una imponente instalación consistente en lo que parecen ser maquetas de ocho estructuras arquitectónicas vacías y en ruinas. Cada una de esas construcciones ha sido creada apilando unas estructuras modulares de acero de sección rectangular, cortadas y quemadas para semejar edificios heridos por la guerra. Las estructuras de este sombrío pasaje urbano remiten en concreto a edificios del Beirut natal de Hatoum. Caminando entre las maquetas de esqueletos de acero de los edificios, cada uno con su propia pátina de orificios quemados, recordamos un conflicto violento que ha quedado grabado en la superficie física y en la psique colectiva de la ciudad.
En varias obras destaca la presencia de muebles y otros tipos de objetos domésticos. Alterados o aumentados hasta alcanzar proporciones surreales, esos objetos se convierten en una realidad reveladora de un entorno sospechoso, malévolo y hostil. Así, en Quarters (Cuarteles, 1996), unos apilamientos de literas que alcanzan los cinco niveles recuerdan a estructuras institucionales concebidas para contener y controlar a la población. En Paravent (Biombo) y Daybed (Sofá-cama), ambas de 2008, unos ralladores de verduras y de queso, respectivamente, han sido ampliados al tamaño de un biombo que divide agresivamente el espacio, y de una cama dispensadora de incomodidad y dolor. Extrañas y confusas, las dos piezas hablan de un mundo caracterizado por el conflicto y las contradicciones, todo ello expresado con el vocabulario formal del minimalismo, el arte conceptual y un toque de surrealismo.
De Beirut al mundo
Para Nuria Enguita, las obras de esta muestra «nos hablan de cuerpos vulnerables, utensilios y mobiliario fuera de escala que se convierten en presencias trascendentes. Objetos bellos y a la vez hirientes o mapas del mundo que en su fragilidad nos invitan a pensar en el espacio-tiempo en el que vivimos y en las múltiples formas de entender una realidad donde se mezcla lo personal y lo político».
Mona Hatoum nació en Beirut en el seno de una familia palestina. El estallido de la guerra civil del Líbano le sorprendió en una breve estancia en Londres, impidiéndole regresar a su país. Ha participado en importantes acontecimientos artísticos internacionales como la Bienal de Venecia (1995 y 2005), Documenta Kassel (2002 y 2017), la Bienal de Sídney (2006) o la Bienal de Estambul (1995 y 2011). Entre sus exposiciones individuales más recientes destaca una gran antológica en el Centre Pompidou de París (2015), Tate Modern de Londres y KIASMA, Helsinki (2016-2017).
Después de Annette Messager, Hatoum es la segunda mujer galardonada en los 20 años de historia del Premio Julio González, concedido por la Generalitat Valenciana a propuesta del presidente del Consejo Rector del IVAM, que ya ha reconocido a artistas como George Baselitz, Robert Rauschenberg, Pierre Soulages, Miquel Navarro, Jasper Johns, Christian Boltanski o Andreu Alfaro. Está dotado con 20.000 euros y los artistas premiados son objeto de una exposición en el IVAM que usualmente va acompañada de un acto de homenaje.