Nicolás Muller (Orosháza, Hungría, 1913 – Llanes, 2000) fue un fotógrafo comprometido, testigo y cronista de su tiempo con un marcado carácter humanista. Sus obras reflejan el dominio de la técnica tanto en estudio como en exteriores. Como destaca el académico y foto-historiador Publio López Mondéjar, «en el páramo cultural de la España autárquica, fue, junto a Catalá-Roca, el más grande e influyente fotógrafo».

Miembro destacado del extraordinario grupo de fotógrafos húngaros de su generación -Robert Capa, Brassaï, Moholy-Nagi, André Kertész…-, al igual que ellos tuvo que abandonar su país huyendo del nazismo, para establecerse en 1938 en París, donde colaboró en los semanarios France Magazine, París-Match y Regard.

NICOLÁS MULLER. F/9. Desnudo. Tánger. Toma, año 1940. Copia positivada por J. M. Castro Prieto en 2005. Impresión con tintas pigmentadas. Papel de algodón: 724 x 610 mm. Adquirida en 2006 con cargo al legado Guitarte.

De origen judío, la ocupación alemana le condenó a un nuevo exilio en Portugal, país del que fue expulsado por la PIDE, la policía política de Salazar. Finalmente, recaló en Tánger, ciudad abierta en la que vivió y trabajó hasta 1947.

Allí estableció un estudio de retratos, que pronto se convirtió en el más prestigioso de la ciudad. En pleno Protectorado Español, Muller colaboró con el diario España y publicó dos de sus mejores libros, Estampas marroquíes y Tánger por el Jalifa, que venían a añadirse a los editados en Hungría y que mostraban ya a un fotógrafo en plena madurez, culto, delicado, comprometido y profundo conocedor de todos los secretos de su oficio.

En 1944, de la mano de su amigo Fernando Vela, cofundador de la Revista de Occidente y director de España, se acercó por primera vez a Madrid, donde expuso sus fotografías en el Hotel Palace. Tres años después abandonó definitivamente Tánger para instalarse en la capital. Tras su paso por dos estudios de retratos, en 1947 se estableció en una luminosa galería de la calle Serrano, a un paso de la Puerta de Alcalá.

«En un Madrid casposo y amedrentado -recuerda López Mondejar-, su estudio se convirtió pronto en el más prestigioso de la ciudad y en rebotica y punto de encuentro de un grupo de intelectuales y artistas próximos a las ideas liberales que capitaneaban Ortega y Gasset y Fernando Vela desde la Revista de Occidente. En aquel tiempo culturalmente deprimido, marcado por la obsolescencia de un oficialismo fotográfico estéticamente agotado, Muller supuso una de las escasas ventanas abiertas a la modernidad».

A la sombra de los focos de su estudio, en presencia de sus perros, se reunieron durante años los artistas e intelectuales más notables: Baroja y Azorín, como padres tutelares; Pedro Laín Entralgo, Lorenzo Goñi, Fernando Vela, Gabriel Celaya, Dionisio Ridruejo, Rodrigo Uría, Xavier Zubiri, Gerardo Diego, Pío y Julio Caro Baroja, Ignacio Aldecoa, María Zambrano… Y, una vez por semana, el fotógrafo se acercaba al Café Gijón para unirse a la tertulia conocida como la de los poetas y pintores, integrada por Martínez Novillo, Benjamín Palencia, Pablo Serrano, Zabaleta, Pancho Cossío, Paco García Pavón, Gabriel Celaya y Cristino Mallo.

Para Publio López Mondéjar, y salvando la distancia del tiempo, la tertulia del estudio de Muller «sólo es comparable a los concilios celebrados un siglo antes en el estudio parisino del primer Nadar, en el Boulevard des Capucines. Como el gran retratista francés, Muller fue edificando un parnaso admirable, integrado por más de un centenar de retratos de los pintores, escultores, poetas, novelistas y filósofos de aquel Madrid agraviado por el dolor, el hambre, el miedo y las cartillas de racionamiento, que contrastaba con la euforia frívola y ofensiva de los mandarines sin respeto y los ricos especuladores, para decirlo con palabras de Dionisio Ridruejo».

Comprometido con su tiempo

«Para realizar mi primer libro recorrí en tren toda la llanura húngara, andando y en bicicleta, y así pude conocer de cerca la terrible problemática de mi feudal país y represivo en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Allí me convertí en un fotógrafo y una persona comprometida con mi tiempo».

(Nicolás Muller)

 

Sólo por estos retratos merecería Muller un lugar de honor en la historia de la fotografía española y universal. Pero, a diferencia de sus colegas madrileños de entonces -Gyenes, Amer Ventosa, Ibáñez-, a los que aventajaba en talento, además de su trabajo en el estudio, desde el mismo día de su llegada a la capital, Muller desplegó una intensa actividad profesional que le llevó a recorrer España y a retratar sus pueblos, sus monumentos, sus paisajes y sus gentes.

NICOLÁS MULLER. F/15. ‘Monjitas en Lanzarote’. Toma, año 1964. Copia positivada por J.M. Castro Prieto en 2005. Impresión con tintas pigmentadas. Papel de algodón: 724 x 610 mm. Adquirida en 2006 con cargo al legado Guitarte.

Fruto de aquel titánico trabajo son sus numerosos y excelentes libros, hoy lamentablemente inencontrables, como España Clara (1966) y una decena de guías de las diversas provincias y regiones de España, como las realizadas en el País Vasco (1967), Andalucía (1968), Cantabria (1969) y la Mancha (1970). Series a la que seguirían las dedicadas a los Paisajes de España, la Arquitectura Popular Española, el Románico en España y La huella judía en España, con textos de Azorín, Sáinz de Robles, Luis Rosales, Julio Caro Baroja, Gerardo Diego, Dionisio Ridruejo, Torrente Ballester, Fernando Vela y Laín Entralgo.

En 1980, después de una vida profesional azarosa y bien vivida, en la que llegó a penetrar en la raíz del desconsuelo, de los exilios sucesivos, del amor, de la amistad y la melancolía, dejó su estudio madrileño en manos de su hija Ana Muller, una excelente profesional, y se retiró a su pequeña patria de elección, en Andrín, Asturias, a la orilla del mar.

A partir de su exposición antológica, Nicolás Muller. Fotógrafo, celebrada en 1994 en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid y del catálogo publicado por Lunwerg Editores, Muller comenzó a ser reconocido como el más importante fotógrafo español de su tiempo; condición que comparte con su admirado Catalá-Roca, al que unían tantos puntos en común: la curiosidad, el talento, la afición a las artes, el gozo por su trabajo y el profundo conocimiento de los secretos de la vida y de su oficio.

Desde 1994 se han multiplicado sus exposiciones en España y en diversos países de Europa y América. Entre ellas destacan, Nicolás Muller. Obras maestras (2013) y Nicolás Muller, una mirada comprometida (2020), que todavía continúa itinerando por diversos países de Europa.

Con la caída del comunismo, Muller comenzó a ser conocido y admirado también en su país natal, tras la exposición antológica de sus fotografías, celebrada con toda solemnidad en su ciudad de origen, e inaugurada por Arpad Gönez, primer presidente húngaro de la época democrática. A esta muestra siguieron otras, entre la que destaca Nicolás Muller. Una mirada retrospectiva, celebrada en Budapest, organizada por la Embajada de España y la Casa de los Fotógrafos Húngaros, seis años después de la muerte del maestro. Un emotivo y merecido homenaje a, en palabras de López Mondejar, «este grandísimo profesional, húngaro de nacimiento, español de adopción y, sobre todo, judío errante y ciudadano del mundo».


– Con motivo de esta muestra la Academia publicará el ejemplar Nicolás Muller. Maestros de la fotografía en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con textos de Manuel Vicent, Ana Muller, Publio López Mondéjar y Pilar Rubio.

España de una vez

NICOLÁS MULLER. F/14. ‘Soledad. Cudillero’. Toma, año 1965. Copia positivada por J.M. Castro Prieto en 2005. Impresión con tintas pigmentadas. Papel de algodón: 623 x 610 mm. Adquirida en 2006 con cargo al legado Guitarte.

“En las fotografías de Muller vas a encontrarte a España, vas a mirarla enteramente y de una vez, vas a llenarte de su imagen, reuniendo en tus pupilas lo que hicieron, con esfuerzo y tesón, los hombres y los años: su regionalidad, tan diversa y tan viva, sus pueblos que se juntan como un rebaño amedrentado; el esqueleto de sus montes y el verdor de sus valles; su hermosura tan antigua y tan nueva; sus tejados lagrimeantes; sus playas, sus distancias, sus caminos. Todo se junta y se concentra en estas fotografías mientras tus ojos no se cierren. Cuando acabes de contemplarlas serás un hombre diferente. Te habrás acrecentado porque mirar es como un río que en su corriente lo lleva todo: en su quietud, el cielo; en sus riberas, el paisaje; en sus aguas, la sangre legislada de las tierras con sed; en su continuidad, la andadura de España. Basta andar unos pasos, basta ver las fotografías de Muller, estos lienzos para hacer un viaje, un gran viaje. Acaso nunca regreses de él”.

(Luis Rosales, 1977)