El cuadro, prestado por el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba, puede verse dentro del recorrido de la colección permanente del Museo, en la sala 45, dedicada a los realismos de entreguerras, junto a obras de artistas como Pablo Picasso, Max Beckmann, Otto Dix, George Grosz o Balthus, entre otros.
La chiquita piconera representa la cúspide del talento de Romero de Torres, un compendio de todos los elementos fundamentales que definen su pintura. Con una técnica casi fotográfica en el tratamiento de los planos, el pintor captura en el cuadro la esencia íntima de una humilde habitación, en la que una joven, la modelo María Teresa López, está sentada frente a un brasero de cobre mirando de forma directa e intensa al espectador. Una puerta entreabierta permite vislumbrar al fondo el paisaje cordobés bajo el cielo del anochecer, en el que se identifica el Guadalquivir, el Puente Romano, el paseo de la Ribera o la Torre de la Calahorra.
Al final de su vida, el pintor regresa a temas que había tratado en su juventud para ir más allá de la denuncia social. Este retrato pone ante los ojos del espectador toda la crudeza de la vida marginal de su protagonista, en una imagen cargada de melancolía y sensualidad. Con su peculiar lenguaje, Romero de Torres sintetiza en esta pintura su trayectoria vital y artística, su forma de entender la pintura y lo que quería expresar con ella.
Información práctica. Lunes: acceso libre. Martes a domingo: incluida en la entrada única
Un pintor y su ciudad
El Museo Julio Romero de Torres revisa la trayectoria de uno de los grandes pintores que ha dado Córdoba, poseedor de un personalísimo estilo con el que realizó obras llenas de misterio, sugerencia y sensualidad.
Instalado en la casa en la que nació, vivió y murió el artista, junto a la plaza del Potro, abrió sus puertas en 1931, un año después de su fallecimiento, a partir de una donación de obras realizada por su viuda y sus hijos, y ha experimentado distintas ampliaciones y reformas.
El Museo recorre las principales facetas de su producción artística, desde sus temáticas más habituales hasta la importante presencia que su ciudad natal, con sus gentes, espacios y monumentos, tiene en sus obras; desde su entorno familiar (decisivo en su vocación y formación, ya que era hijo de Rafael Romero Barros, que fue conservador del Museo de Bellas Artes de Córdoba) y sus inicios en la pintura hasta sus obras de madurez, en las que exhibe su peculiar simbolismo con los recursos de un maestro.
El flamenco fue una de las grandes aficiones de Romero de Torres, que exploró con sus pinceles el potencial temático, semántico y expresivo del arte jondo, una relación a la que el Museo dedica uno de sus espacios.
El tratamiento que el artista hace de la religión y su reconocida faceta como retratista centran otras salas en las que es posible comprobar la evolución de una personalidad pictórica que fue elogiada por intelectuales de la época como Ramón María del Valle-Inclán o Manuel Machado, con los que tuvo amistad. El recorrido desemboca en la sala que muestra la intensa relación del pintor con su ciudad, plasmada en muchas de sus obras maestras, como Poema de Córdoba, El Pecado, La Gracia, Naranjas y limones y La chiquita piconera, posiblemente su composición más célebre.
El edificio en que se ubica el Museo, del que destaca su fachada polícroma, de 1752, forma parte del antiguo Hospital de la Caridad, promovido por los Reyes Católicos a finales del siglo XV.