Del encuentro de dos artistas en un juego especular de relaciones plásticas y de mecanismos de trabajo creativo nace la exposición. Osmosis no es la clásica muestra dual, es lo que se ve y lo que esconde cada obra, sacando a la superficie un sistema de relaciones complejo y delicado entre dos creadores antagónicos y complementarios.
Las formas de Julio Blancas se desarrollan desde el despliegue de los nudos gordianos y los bosques abigarrados de troncos y tramas vegetales, hasta derivar en un paso arriesgado hacia bucles de aluminio recortado que se ensamblan, completan y despliegan de un modo escultórico. Esas formas no son ajenas a las inquietudes de Carlos Nicanor, artista analítico que comparte con Blancas la pasión por el trabajo concienzudo en torno a formas puras.
Nicanor formaliza desde el inicio un guiño tridimensional a los trazos de Blancas en forma de líneas ordenadas en una trama saturada de radios negros extrapolados. Una génesis salvaje que marca el origen y los impulsos que les llevan hacia el meollo de este vínculo artístico: un nudo simbólico.
Asociación e influencia
Esta relación se desarrolla a través de la membrana imperceptible de los mecanismos de comunicación que en principio parecen azarosos y aleatorios. Desde el encuentro fortuito hasta la conversación plástica, los límites siempre quedaron expuestos y han chocado con un resultado que va más allá del fenómeno osmótico. Esta asociación y la mutua influencia se dan en unas formas artísticas que se unen visualmente y se llegan a completar, unas sobre otras.
Hay una doble voluntad en estos artistas, una dialéctica entre lo inaudito, lo nunca visto, y el origen natural de los cuerpos geométricos que giran entre sí. Esto establece una presión, ya que la tensión creativa entre las obras de Julio Blancas y Carlos Nicanor se confronta mediante la fórmula de la desmesura y el revisionismo indómito. Los artistas llegan a una dualidad en equilibrio mediante el flujo del diálogo y el juego de la transgresión de límites.
Autonomía creativa
Osmosis cuestiona la permeabilidad de esos límites creativos que funcionan como una frontera impenetrable. Se inicia y se destruye desde el movimiento que surge del Génesis de Carlos Nicanor, para perderse en el desarrollo individual de cada pieza. La articulación de cada una de estas da cabida a ese tiempo entre el estímulo y la respuesta que no se produce de forma física sino que se relaciona de forma mental.
Este acercamiento artístico llega a un discurso común: el equilibrio narrativo que sobrepasa la autonomía creativa de cada artista, derivas de la libertad individual pero co-partícipes de una correspondencia visual desde la independencia y el aislamiento. Cada uno se mueve dentro de su propio territorio hasta un radical espacio de unión, una región ubicada en la empatía.