La obra de Armesto, que él mismo denomina como “geometrías de luz”, se encuentra en un espacio experimental en el que conviven la escultura y el carácter inmaterial de la luz. La luminiscencia de sus piezas, que recorren filamentos cruzados, se consigue mediante sistemas de leds y fibra óptica, combinados con madera y metales lacados que rodean las composiciones lumínicas.
[1]El palabras del propio artista, estas “geometrías de luz son alegorías de lo que se esconde y lo que no se ve. Más que la materia me interesa lo invisible, la energía que construye o forma toda estructura que sustenta lo que vemos al final. Y es por ello que las obras reflejan estructuras fractales que recuerdan a estrellas, composiciones vegetales, quarks, mandalas o cristales de hielo”.
Búsqueda de la pureza
Con estas piezas, Armesto quiere rendir tributo a la obra de los suprematistas. En las bases de este movimiento nacido en Rusia, como en la de la obra de Armesto, hay una búsqueda de la pureza de las formas más básicas, que son como el entramado sobre el que se sustenta la realidad. Las composiciones del artista son armónicas y estables, de una belleza serena. Conceptualmente tratan de dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, lo que, según Aristóteles, era la finalidad misma de toda producción artística.
La obra Enana blanca, por ejemplo, representa una explosión estelar, un acontecimiento cósmico fuera del alcance del ojo, que queda congelado de una manera delicada y poética. Los referentes del artista hunden sus raíces en faros intelectuales como Tanizaki, la deconstrucción de la experiencia de Wittgenstein, y la consciencia de la oscuridad presente en la obra de Carl Jung.
Pero en la experiencia del espectador, las piezas, conformadas por sutiles líneas cuya iluminación cambia con el entorno, invitan a la intimidad y la observación, apelan a la energía esencial de las cosas, a lo mágico y sencillo que encierra la naturaleza.