Ugartetxea se fija en el urbanismo desmedido, popular, carente de planificación y lo pinta recolocado en un intento de organizar una reconstrucción lúdica, atractiva, refinada. Sus ciudades están amenazadas por olas gigantes; sus edificios, destrozados o descolocados. Sin embargo se percibe un cierto optimismo, como él mismo asegura, “creo escenas apocalípticas que son relecturas satíricas de un pasado dramático”, y continúa: “la amenaza latente, los edificios en llamas, las olas gigantes que destrozan ciudades son la seña de identidad de mi trabajo”.
Ahora se adentra en las calles y edificios de Madrid, con obras brillantes, espontáneas, frescas, por las que desfilan la ironía y el buen oficio. La Gran Vía, el Palacio Real o el Museo Reina Sofía van más allá del action-painting porque recuperan la esencia de la pintura, no le vale solo el acto de pintar.
Por eso se adentra en el videoarte. Afirma que su carácter narrativo está muy vinculado a la planificación secuencial del cine, «entremezclo historia (realidad) y ficción con referencias políticas, literarias, cinematográficas o del mundo del cómic. Genero monstruos pero también aliento la esperanza”, explica.