Paternosto presenta un trabajo profundo y esencial, que manifiesta su continua necesidad de evolucionar hacia nuevas soluciones plásticas. Sin romper con su trabajo anterior, y recurriendo a elementos geométricos básicos habituales en su producción y a las tonalidades utilizadas en el pasado, consigue hacer algo absolutamente novedoso en su larga trayectoria.
Su gran aportación plástica se produjo en 1969, cuando comenzó a dejar el frente del cuadro en blanco para trabajar solamente los cantos, usando para este fin unos bastidores más anchos de lo normal. El cuadro aparece como un objeto escultórico que sobresale del muro, frente al cual el espectador, una vez eliminada la visión exclusivamente frontal, se ve obligado a deambular en torno a la obra para obtener la visión integral.
Con el paso del tiempo, sin dejar de trabajar los cantos, comenzó a introducir líneas verticales y horizontales en el frente del lienzo, acentuándose a partir 1975, cuando en un viajó a Perú toma contacto con el arte de la cultura Inca. Esta experiencia dio un nuevo impulso a su obra, ya que la geometría tomó un papel relevante en su obra, convirtiéndose en una senda nueva a explorar.
Paternosto se unió a una corriente de investigación estética que desde la geometría de Joaquín Torres-García unificó los conceptos de arte de vanguardia y tradición indoamericana uniendo, por tanto, modernidad y raíces, así como futuro e identidad. Este ha sido uno de sus temas centrales, que no sólo desarrolló en su obra plástica, sino también en sus ensayos, sobre todo en la Abstracción. El paradigma Amerindio, presentada en 2002 en el IVAM.