Calapez descubre una obra habitada por referencias literarias y plásticas que establecen una manera de pensar y relacionarse con los cuerpos visuales de su trabajo. Títulos como Bartleby dijo, Las hilanderas, Miradas indiscretas, Estudios para mil pinturas o Un cuerpo entre otros se convierten en signos poéticos en los que el artista confronta la perspectiva intimista con la exuberancia visual de las obras.
Desde finales de los años setenta estudia profundamente el concepto pictórico, tanto en sus aspectos técnicos como conceptuales. Muy ligado a las prácticas del movimiento support surface, su pintura se sustenta sobre el color y los aspectos constructivos de la forma. La utilización de grandes masas de materia pictórica de pincelada neoexpresionista, junto con la fragmentación del soporte, son los rasgos distintivos de su obra.
En palabras de Julio César Abad Vidal [1], uno de los críticos que mejor ha entendido a Calapez, “existe en su obra un hondo sentido terrenal: su pintura es aplicada de modo denso, espeso, estratificado. Su referencia fundamental se dirige al paisaje y, finalmente, su obra última cobra un sentido geográfico, tanto en un significado físico, a través de una configuración que la relaciona con las placas tectónicas terrestres, como en una acepción política, mediante una apariencia que puede asemejarse a la de banderas ondeantes”.