Desde el inicio de su trayectoria artística, casi siempre determinada por la plasticidad del color, Pedro Calapez ha propuesto ecuaciones visuales en las que surgen como constantes las relaciones espaciales y las diversas dimensiones y posibilidades del campo de la mirada.
Como explica Ana Cristina Cachola, «su obra está dotada de una función de espejo, pues al observarla reconocemos en la superficie que nos provoca la misma acción que estamos ejecutando en aquel momento: la de mirar, una mirada que se extiende más allá de la capacidad biológica de ver. Nos sentimos tentados a buscar los ojos anteriores que vieron lo que ahora nos es mostrado. Al ver reflejado en estas superficies el asombro de nuestro descubrimiento, se mezclan las nociones de abstracto y concreto, haciendo que se reconozca en la obra una presencia en la ausencia. Esta es otra de las virtudes de la obra de Calapez: permitir el reconocimiento en una estructura concreta de expresiones abstractas que desvelan una corporeidad de la abstracción».