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‘Penal de Ocaña’: compromiso, guerra y sangre

Penal de Ocaña. [1]

María Josefa Canellada

«No puedo negar que la elección de este proyecto se sustentaba en un primer momento en cuestiones principalmente emocionales, ya que la autora y protagonista de esta historia es mi propia abuela», cuenta la directora. Este montaje se introduce en la vida de Canellada tras el estallido de la Guerra Civil. En 1936 era estudiante de Filosofía y Letras en Madrid, dónde seguía a las mayores figuras intelectuales del momento y colaboraba en el Centro de Estudios Históricos.

Basada en la novela que la propia autora escribió y que nunca pudo editar íntegramente por culpa de la censura (hasta los años 80), la obra cuenta cómo se entrega en cuerpo y alma a ayudar a las víctimas del conflicto enrolándose como enfermera, primero en el hospital de Izquierda Republicana en Madrid, y luego en lo que fuera la antigua sede del penal de Ocaña, transformado en aquel momento en hospital de sangre, siendo fiel a sus principios morales por encima de intereses de carácter político, lo que conllevaría finalmente su propia desaparición.

Finalista al Premio Café Gijón en 1953, la novela es, con muy pocas variaciones, un calco de su propio diario de la Guerra Civil. «El cuaderno que ella fue redactando a lo largo de un año completo, entre el 2 de octubre de 1936 y el 2 de octubre de 1937, que día tras día se iba convirtiendo en espacio de reafirmación personal, siempre vivida desde un inmenso compromiso moral con la situación que le rodea», explica Zamora.

Alicia Lázaro pone la música de este penal, en un homenaje evocador a una generación. La directora musical ha realizado la selección «teniendo en cuenta las citas directas de la obra, y lo que este mundo, ilustrado y progresista, pero obligado a vivir la terrible realidad de la guerra y la sangre, nos evoca. Las preferencias musicales de la autora recorren las páginas del diario, y así, la Asturiana de Falla se convierte en melodía recurrente, en el viento frío y la danza del fuego y el horror, pero también en la luz casi angélica, trascendente, del simbólico pañuelo. O el romance que irrumpe, con su melodía inocente, en el frenético hacer del hospital de sangre de Ocaña».