Comisariada por Fernando Castro Flórez y Laura Campos Vicent, la muestra incluye más de doscientas cincuenta obras que revelan la representación recurrente que realizó de este tema en óleos, obra gráfica, dibujos y libros ilustrados, mostrando su obsesión por la metapintura y la fascinación sensual del encuentro con la modelo.
En distintos momentos de su trayectoria, Picasso abordó apasionadamente este motivo, pero evitó utilizar modelos profesionales prácticamente durante toda su madurez, prefiriendo pintar personas cercanas cuyas vidas le hubieran influido y, por tanto, tuvieran alguna significación real para la suya propia. Desde mediados de la década de 1950, el rostro omnipresente es el de Jacqueline, que aparece por primera vez en una serie de planchas dedicadas a las variaciones de Les femmes d’Alger, de Delacroix.
En este sentido, Jacqueline tiene en su imaginario el mismo papel que tuvo Saskia para Rembrandt: «Es la mujer del artista, su modelo obsesivo desde mediados de los años cincuenta, el perfil que amaba», apunta Castro Flórez, para quien «lo que modula Picasso con su modelo es, siempre, su deseo. En cierto sentido, expone su alma en los obsesivos retratos de Jacqueline. Su mujer, llena de vida, le ‘reanimó’ e inspiró para pintar y grabar obras extraordinarias».
El pintor desplegó frenéticos ensayos tomando su semblante como pretexto, sometiendo su perfil a extraordinarias metamorfosis, siendo capaz de repetir el motivo para conseguir singulares diferencias. Picasso emplea diversas ópticas para plasmar su rostro, recurriendo a formas primitivistas, a la geometría poscubista o al jugueteo con el clasicismo. Las revisiones históricas también le permiten la representación de su mujer en las recreaciones que realiza de algunos de los pintores que más le influyeron, como Courbet, El Greco, Velázquez, Rembrandt, Ingres, Manet, Van Gogh, Matisse o el mismo Delacroix
Las obras de esta muestra proceden de la colección de obra gráfica de Picasso perteneciente a la Fundación Bancaja, una de las más completas del mundo, junto con óleos y dibujos del Museo Reina Sofía, el Museo Picasso de Barcelona y el de Málaga, la Fundación Picasso Museo Casa Natal, ABANCA, la Fundación ICO y la Galería Guillermo de Osma.
Junto con las obras de Picasso, se exponen fotografías de los archivos de Edward Quinn y David Douglas Duncan, que muestran al artista en su entorno creativo y familiar durante los veinte años de relación con Jacqueline, con especial protagonismo de las residencias y talleres que compartieron en Cannes (La Californie) y Mougins (Notre-Dame-de-Vie).
La importante faceta de Picasso como grabador está presente en la muestra con obras de la Suite 347 y la Suite 156, junto con linóleos y una decena de libros ilustrados por el artista, entre los que se encuentran Carnet de la Californie, Le Carmen des Carmen y Les dames de Mougins.
Una historia y una obra juntos
La vida y la obra de Picasso estuvieron indisolublemente unidas a las mujeres que amó: Fernande Olivier, Eva Gouel, Olga Khokhlova, Marie-Térèse Walter, Dora Maar, Françoise Gilot y Jacqueline Roque.
Picasso conoció a Jacqueline en 1952 en Vallauris. Esta relación, que el pintor inició en su madurez, cuando tenía 72 años (ella 26), se prolongó hasta su muerte en 1973. A su lado redescubrió un impresionante vigor para pintar y, en particular, realizó un gran número de grabados prodigiosos.
De padre electricista, Roque nació en París el 24 de febrero de 1926. Su madre, costurera, se vio obligada a trabajar como portera en un lujoso inmueble del distrito XVI. Cuando Jacqueline tenía solo dos años, su padre las abandonó. A los veinte años se casó con el ingeniero André Hutin, y en 1948 nació su hija Cathy, con quien siempre mantendría una relación difícil. La familia vivió durante un tiempo en África hasta que el matrimonio se disolvió. Jacqueline se trasladó a Vallauris, donde conoció a Picasso.
Jacqueline trabajaba en el taller de cerámica de Madoura (seudónimo de Suzanne Ramié), con quien Picasso colaboraba desde 1946. La casa-estudio de La Californie en Cannes fue su primera residencia juntos, y tras una breve estancia en el castillo de Vauvenargues, en 1961 se trasladaron a Notre-Dame-de-Vie, en Mougins, donde se casaron el 2 de marzo de ese mismo año. Jacqueline permaneció junto a Picasso hasta la muerte del artista el 8 de abril de 1973.
El 15 de octubre de 1986, Jacqueline se suicidó en Notre-Dame-de-Vie.