Este extraordinario conjunto permite reconstruir la aventura de este artista precursor a partir de los lugares que recorrió y los paisajes que pintó en cada uno de ellos, desde los primeros tiempos, cuando empezó a pintar a orillas del río Marne, hasta los últimos años de su vida y los paisajes urbanos de París, Ruan y, finalmente, El Havre.
Sus escenas rurales, que fueron escuela para célebres pintores como Gauguin, Cézanne o Van Gogh, son el eje de esta muestra, que se propone restaurar la reputación de Pissarro no solo como “el primer impresionista” sino también como maestro de los pioneros del arte moderno.
El paisaje, género que domina en su producción, centra el recorrido de la muestra, que se articula en orden cronológico en función de los lugares donde el pintor residió y trabajó. La mayor parte de su vida transcurrió en pueblos como Louveciennes, Pontoise y Éragny.
Humilde y colosal
«Humilde y colosal», como le llamó su amigo Cézanne, Pissarro es seguramente la figura fundamental del Impresionismo y, al mismo tiempo, la menos reconocida. El propio Cézanne declaraba sobre él: «[…] todos venimos quizá de Pissarro. Tuvo la suerte de nacer en las Antillas, donde aprendió el dibujo sin maestro. Me lo ha contado él mismo. En 1865 eliminaba ya el negro, el betún, la tierra de Siena y los ocres. Es un hecho. ‘Pinta sólo con los tres colores primarios y sus derivados inmediatos’, me decía. Así que, Pissarro es el primer impresionista».
Fue Pissarro quien en 1873 redactó los estatutos de la cooperativa de artistas que iniciaría las exposiciones del grupo. Y fue, además, el único pintor que participó en las ocho que organizaron, desde 1874 hasta 1886. Pero su carrera sería eclipsada por el inmenso éxito de su amigo y compañero Claude Monet.
El patriarca
[1]Camile Pissarro ha sido descrito como el «decano» o el «patriarca» del Impresionismo debido a que era el de mayor edad del grupo (mayor incluso que Manet) y el de mayor autoridad entre los artistas más jóvenes; fue algo así como un «maestro de pintores». Su amiga la pintora Mary Cassatt escribió sobre él: «Era tan buen maestro que podía haber enseñado a las piedras a dibujar correctamente».
Tal como destacó Richard R. Brettell, Pissarro es un puente entre los grandes pintores franceses de mediados del siglo XIX y los artistas postimpresionistas del final de siglo. Lo peculiar de él consiste en la cercanía a sus «discípulos» y en que aprendió mucho de aquellos mismos a quienes enseñó.
Pioneros de la modernidad
Dos grandes pioneros de la modernidad, Cézanne y Gauguin, fueron en alguna medida discípulos suyos: trabajaron temporadas junto a él y aprendieron mucho de sus consejos y de su ejemplo. Pissarro enseñó a Cézanne la técnica impresionista cuando pintaban juntos a orillas del Oise, hacia 1873‐1874: «En cuanto al viejo Pissarro, fue un padre para mí. Era un hombre al que consultar y algo así como el buen Dios».
Después llegaría Gauguin quien, como coleccionista y como aprendiz de pintor, se acercó a Pissarro y heredó de él el sentimiento de la vida rústica. También se beneficiaron de su protección Seurat, Signac y los jóvenes pintores neoimpresionistas; en mayo de 1886, fue él quien los introdujo en la última exposición del grupo impresionista, exponiendo en la misma sala que ellos. De hecho, tras conocer a Seurat en 1885, Pissarro se convirtió a la fe neoimpresionista, siendo el único de los fundadores del grupo que adoptaría el nuevo método, conocido popularmente como «puntillista» o, más estrictamente, «divisionista». Hasta 1890 persistiría la influencia del puntillismo en su obra; después, regresaría a una factura impresionista.
Un paisajista rural
Desde las primeras apariciones públicas del grupo impresionista, la crítica consideró a Pissarro como un paisajista rural, oponiéndolo al refinamiento parisiense de Monet y otros. Fue el crítico Théodore Duret quien lo enunció con más claridad: «Sigo pensando que la naturaleza agraria, rústica, con animales, es lo que corresponde mejor a su talento. Usted no tiene el sentimiento decorativo de Sisley, ni el ojo fantástico de Monet; pero tiene lo que ellos no tienen, un sentimiento íntimo y profundo de la naturaleza, y un poder de pincel que hace que un buen cuadro de usted sea algo absolutamente sólido. Si tuviera un consejo que darle, le diría: no piense en Monet ni en Sisley, no se preocupe de lo que ellos hacen, marche por su lado, siga su camino de la naturaleza rústica. Llegará usted, en una vena nueva, tan lejos y tan alto como cualquier otro maestro».
Así como los paisajes de Monet, Renoir y Sisley suelen representar los escenarios del ocio de la burguesía, los de Pissarro, en cambio, suelen tener como protagonista, explícito o implícito, el trabajo rural. En vez de pintar praderas prefiere los campos arados, en vez de los jardines decorativos, huertos inspirados muchas veces en el de su propia casa.
Tierra labrada
En uno de los primeros comentarios sobre la pintura de Pissarro, Émile Zola escribía sobre sus cuadros: «En ellos se oyen las voces profundas de la tierra, se adivina la vida poderosa de los árboles». Más de una década después, el crítico Charles Ephrussi lo caracterizará así: «Hay en estos cuadros de la vida rústica como un eco de las penas y fatigas de la ruda labor de los campos; el pincel de Pissarro parece una azada que remueve penosamente la tierra». Los surcos y las texturas de la tierra labrada se trasladan a la misma superficie de su pintura.
Si hay un motivo dominante en la pintura de Pissarro, es el del camino. Carreteras, calles de pueblos y modestos senderos que cruzan los campos, invitan a adentrarnos en el espacio del cuadro. A veces el camino se presenta en una perspectiva recta; otras, el pintor se complace en la senda que bordea un huerto o en la curva de una carretera, motivos que multiplican las posibilidades pictóricas. En ocasiones, el curso de un río hace el oficio de un camino, sirviendo de nuevo para permitir al espectador ingresar en el espacio pictórico. Más tarde, también en sus paisajes urbanos, se concentrará en las grandes vías en perspectiva, como en sus vistas del Boulevard Montmartre o de la Avenida de la Ópera.
Tal y como nos recuerda Richard R. Brettell, la pintura de Pissarro no puede identificarse con una exaltación exclusiva de la vie agreste; dedicó también desde muy pronto una gran atención a la presencia de la industria en el paisaje, como se hace patente, por ejemplo, en sus vistas de las afueras de Londres o en sus pinturas de las fábricas de Pontoise y sus aledaños.
Paisaje urbano
Tras décadas de entrega al paisaje rural y semirrural, en los años 1880 Pissarro comienza a explorar el mundo del paisaje urbano y el último tramo de su carrera (1893-1903) está dominado por las vistas de ciudades: París, Londres, Rúan, Dieppe y El Havre. Su vasto trabajo sobre ellas se organiza, como el de Monet, por series; como las de la estación Saint Lazare y su entorno, el Boulevard Montmartre, la Avenida de la Ópera y aledaños, los jardines de las Tullerías, el Pont‐Neuf, el Louvre.
En una carta se entusiasma con «estas calles de París que se tiene la costumbre de llamar feas, pero que son tan plateadas, tan luminosas y tan vivas». En 1896 y 1898 se instala en Rúan y pinta sus puentes y los nuevos aspectos industriales de una ciudad de la era gótica. En julio de 1903, su última serie estuvo dedicada al puerto de Le Havre, el mismo al que había arribado casi medio siglo antes en un vapor que venía de América.
Una autobiografía breve
«Esta es mi biografía: nacido en St‐Thomas (Antillas danesas) el 10 de julio de 1830. Vine a París en 1841 para entrar en la pensión Savary en Passy. Al final de 1847 regresé a St‐Thomas, donde comencé a dibujar mientras estaba empleado en una casa de comercio –en 1852 abandoné el comercio y partí con Fritz Melbÿe, pintor danés, para Caracas (Venezuela) donde me quedé hasta 1855, [en que regresé a París] a tiempo para pasar tres o cuatro días en la Exposición Universal. A partir de entonces me establecí en Francia. En cuanto al resto de mi historia de pintor, está vinculada al grupo impresionista».
(Enviada a Durand‐Ruel, desde Éragny, el 6 de noviembre de 1886).