El Museo ha organizado una de las propuestas más relevantes del programa de actividades organizadas por el ayuntamiento con motivo del cuarto centenario a través de esta muestra que cuenta como comisarios con el presidente de la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, Antonio Bonet, y con la catedrática de Historia del Arte, Beatriz Blasco.
La sala de exposiciones temporales muestra, a través de pinturas, dibujos, estampas, fotografías, postales, maquetas, abanicos, documentos, libros e infinidad de objetos originales, la evolución de la Plaza. Un espacio urbano configurado por Juan Gómez de Mora entre 1617 y 1622 que incluye un armonioso recinto rectangular encerrando un enorme vacío, escenario de multitud de festejos, populares y cortesanos, profanos y religiosos, que convivían con los usos tradicionales y cotidianos y que pronto se convertiría en prototipo de las plazas mayores españolas y de muchas ciudades que se erigían en las Américas.
Entre las más de trescientas piezas que forman la exposición hay que destacar las que posee el propio Museo de Historia, como son las vistas más antiguas de la plaza, con los lienzos de Juan de la Corte Fiesta en la plaza Mayor de Madrid, de 1630, o el anónimo Perspectiva de la plaza Mayor, de 1634 aproximadamente, junto a diversas estampas que representan un auto de fe o el incendio de 1790, además de las fotografías y postales que muestran la plaza ajardinada durante el siglo XIX.
Destacan de manera muy especial la vista pintada por Antonio Joli hacia 1750, representado la plaza en día de mercado, cedida por la Pinacoteca de Caserta, los dibujos de Juan de Villanueva con los proyectos de reconstrucción tras el gran incendio, provenientes de la Biblioteca Nacional, o una serie de esculturas taurinas del Museo de Valladolid junto a los dibujos de las Casas de la Panadería y Carnicería y las tarascas que ha aportado el Archivo de Villa.
El patio de acogida del Museo de Historia sigue un recorrido histórico y temático a través de reproducciones fotográficas de carteles, fotografías, impresos, fotogramas del NO-DO, además de una maqueta que muestra la plaza en los años 60 del siglo XX. Los fondos de esta segunda parte de la exposición están estructurados en otras seis secciones cronológicas a partir de mediados del siglo XIX.
Cuatro siglos de agitada historia
En 1617 se aprobaba el proyecto de Juan Gómez de Mora para la nueva Plaza Mayor, edificada en apenas tres años sobre la vieja plaza del arrabal, a orillas de la calle Mayor y cerca del Alcázar Real. Sorprendió por su regularidad y armonía constructiva, la belleza de sus fachadas, la inusual altura de sus casas y la nueva forma de convivencia entre sus vecinos, mayoritariamente comerciantes con su tienda en la planta baja. Originalmente estaba formada por bloques de edificios entre bocacalles abiertas y pronto se convertiría en prototipo de las plazas mayores españolas.
Se celebraron en ella fiestas, diversiones y ceremonias como canonizaciones, juegos de cañas, tauromaquias, autos de fe, desfiles, autos sacramentales y procesiones con sus tarascas. Para estos espectáculos se cerraban entonces las bocacalles con armaduras y tablados de madera, convirtiéndose el espacio en un magnífico teatro al aire libre, distribuyéndose los espectadores en los balcones de las viviendas y en las gradas provisionales conforme a un estricto protocolo en la asignación del lugar que cada uno ocupaba. Los reyes tenían reservado el balcón principal de la Casa de la Panadería.
En 1631, 1672 y 1790 fue devorada por las llamas, siendo el incendio del siglo XVIII el más devastador. Avivadas por la madera, el yeso y otros materiales inflamables de los inmuebles, avanzaron desde el Portal de Paños hacia la calle de Toledo y las inmediaciones de la Casa de la Panadería, provocando grandes daños. Juan de Villanueva fue el arquitecto encargado de reconstruirla y modernizarla siguiendo los modelos de las plazas francesas. La convirtió en plaza cerrada, al sustituir las bocacalles por arcos monumentales y simétricos y rebajó la altura total del inmueble, equiparando así las casas de la Panadería y la Carnicería.
Ya en la mitad del siglo XIX deja de ser un espacio regio gestionado por la monarquía. Los arquitectos municipales proyectaron un nuevo espacio en cuyo centro estaría la estatua ecuestre de Felipe III. Una explanada central, transformada en rotonda, se convierte en estación terminal con la llegada y partida de diligencias, tranvías y autocares. Pero, a la vez, el protagonismo que fue adquiriendo la Puerta del Sol, hizo que la atención de la Plaza Mayor disminuyera y se viera obligada a reinventarse como lugar de paseo, jardín con bancos de madera, canapés con respaldo de hierro, estanques, farolas, árboles de variadas especies y arriates de flores y arbustos.
Aparece entonces como un icono de la ciudad, una “imagen de postal” y, mientras la fotografía difunde una imagen oficial de su arquitectura, la pintura y la ilustración gráfica crea una iconografía castiza de la plaza, especialmente durante la Navidad, cuando acoge a todas las clases sociales y “tipos” de Madrid. Ambas imágenes, creadas en el siglo XIX y consolidadas en el siglo XX, siguen vigentes hoy en día.
Con la apertura de la Gran Vía y la creación de la red de metro, la Plaza Mayor fue objeto de proyectos revitalizadores. El arquitecto Fernando García Mercadal inició, en febrero de 1936, las obras que pretendían devolver a la plaza su primitivo carácter, eliminando los jardines y configurándola como una lonja bien pavimentada. Se procuró devolverla al aspecto que tuvo durante el reinado de los Austrias, pero esta nueva plaza imperial fue invadida por los automóviles hasta se construyó un aparcamiento subterráneo en 1968.